Capítulo extra (Atardecer, parte II) | Eros Martin

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Maldición.

Es tan jodidamente caliente.

A través de mi bóxer puedo sentir como nuestros miembros rozan, se siente bien conforme seguimos besándonos. Nuestras respiraciones prevalecen agitadas, como los movimientos en mis caderas, no puedo evitarlo, él es tan... pero tan provocativo.

No puedo contenerme más.

Bajo mi rostro hasta el ajustado bóxer color gris de Troy. Entre la oscuridad de mi departamento, puedo ver cómo aquello está tan endurecido. Además, eso lo compruebo cuando estiro la liga del bóxer y lo dejo salir para empezar a acariciarlo lentamente. Sin embargo, no me conformo solo con eso, y es precisamente cuando decido humedecerlo con ayuda de mis labios. Entre el sonido de la absorción, sobresale un agudo gemido por parte de Troy.

Le encanta.

Dios, me encanta tanto.

—Eros... Eros... quiero, quiero —pide con sus mejillas todas rojizas y cabellos despeinados.

Termino de quitarle el bóxer, sé lo que quiere.

En la misma posición, él acostado boca arriba en el sofá y yo encima mirándolo fijamente, sigo las órdenes de Troy. Acerco el miembro presionado por mi bóxer negro a su rostro, él lo mira con deseo, traga grueso y no se aguanta para dejarlo al descubierto.

¡Oh, por Dios!

Oh... Dios mío.

Nunca pensé que esa boquita haría algo tan pervertido, que lo haría tan bien.

Aunque, bueno, exactamente no sé si lo hace bien, es mi primera vez, pero, se siente tan delicioso que creo que sí lo hace bien.

¿Está será su primera vez también?

Oh...

Santo Dios.

No puedo pensar más mientras siento esa sensación tan excitante en mi entrepierna. Es como un deseo que jamás pensé cumplir, es tan irreal todo esto para mí, no puedo creerlo, no puedo terminar de asimilarlo, en ocasiones lo imaginé, fantaseé, pero, nunca en mi vida pensé que...

—Hazlo, hazlo... —pide Troy, luego de dejar en libertad a sus labios.

Al recuperarme un poco del tan elevado placer, le respondo.

—¿Qué quieres? ¿Quieres que...? —Él asiente dos veces con la cabeza—. ¿Estás seguro?

—Sí... sí.

¡Rayos!

No tengo condones, no tengo...

Mi padre.

No.

Sí.

Qué asco.

Da igual.

—Dame un momento, no tardo —notifico a Troy.

Me levanto del sofá, corro rápidamente hasta el dormitorio de mis padres y, por último, comienzo a esculcar las cosas de mi padre.

Condones, condones...

El baño.

Entro al dichoso baño de mis padres, me dirijo hasta el cajón en la pared que se encuentra encima del lavamanos, el que resalta gracias al espejo que sostiene en la parte delantera.

¡Oh, sí!

¡Di al blanco!

¡Coroné!

Regreso rápidamente a la sala de estar.

—Troy... Troy, ya tengo los... —Observo con detalle el lugar, no hay nadie, me quedo sin palabras—. Condones.

¿Qué?

¿Se ha ido?

¿Me ha dejado otra vez?

No puede ser, pensé que...

¡Maldita sea!

No sé cómo pensé que me quería.

No sé cómo volví a confiar en él.

No sé cómo volví a confiar en él

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Fugaz revelación | Libro IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora