Capítulo 7

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- Es un lugar hermoso. – dijo Ignazio después de mirar alrededor y mirar de nuevo a Valentina.
- Creo que es mi lugar favorito en el mundo. – ella dijo balanceando los pies dentro del agua del río.

Minutos antes los dos habían andado hasta la orilla del río que corría más tranquilo en el patio de su casa. Valentina había insistido con Ignazio para que viniera a acompañarla, según ella, sería bueno que caminara un poco y respirara aire fresco y a pesar de estar reticente al principio, se sintió feliz de haber ido. Ella parecía bastante tranquila aquella mañana, estaba sentada en una piedra enorme, pero sus pies tocaban el agua cristalina que seguía el curso suavemente e Ignazio aprovechó para analizarla por un instante. Ella no era muy alta, sus cabellos estaban nuevamente con un moño, pero esta vez no usaba las gafas. Su vestido blanco era simple y casi llegaba hasta las rodillas y por el color de la piel que poseía cierto bronce él dedujo que le gustaba quedarse en el sol.

Casi inmediatamente ella paró de mirar las nubes y volvió los ojos a Ignazio. Tenía dudas... Muchas, de hecho. De la trayectoria de la casa hasta la orilla del río donde se sentó él no había preguntado nada más allá de -¿qué lugar es ese?- Y pareció sorprendido al descubrir que seguía en su ciudad. El río sólo lo llevó al interior que sólo había oído hablar un par de veces. Valentina se rascó el cuello y tragó la saliva.

- Entonces... – ella habló en el momento en que Ignazio cogía una pequeña piedrecita del río y él la miró. – ¿Quieres conversar sobre algo? – él se movió el hombro.
- ¿Dónde me encontraste? – preguntó después de unos instantes.
- Allí – ella apuntó a unos metros arriba. – Creo que fuiste sostenido por las piedras, ese trecho no es muy profundo... Minutos antes de encontrarte ya había varias nubes en el cielo, ya empezaba a llover mucho, yo podía ver los relámpagos por la ventana de la cocina. Tal vez te hubiera quedado en la tormenta si no fuera por Neptuno. – él hizo una mueca.
- ¿Quién? – preguntó sin entender nada y ella lo miró con una mezcla de incredulidad y humor.
- Mi perro... Él se llama Neptuno.
- ¿Por qué pusiste el nombre de un planeta en el perro?
- Es un dios romano. – concluyó dejándole sintiendo un poquito estúpido. – Bueno, él te vio de alguna manera y no paraba de ladrar. Él hizo tanto ruido por tanto tiempo que fui obligada a ver lo que estaba pasando, fue cuando te encontré... En el momento pensé que estuviera muerto. Te arrastré hasta el borde del río y llamé a un médico amigo mío, te llevamos adentro y él te examinó. – Ella dio un suspiro – Eso es todo.

Ignazio la miró por unos segundos. Todavía no estaba listo para agradecer ni ella ni el perro. Y le gustaban los animales, de gente no mucho. Por lo menos no de la mayoría que él conocía. Pero eso no tenía importancia ahora, agradecería por ella haber salvado su vida en el momento en que estuviera seguro de que lo haría del fondo del corazón.

Ella se levantó, bajó de la piedra y se fue al césped.

- Vamos. – ella dijo limpiando la parte trasera del vestido con las manos.
- ¿Dónde?
- Tenemos trabajo para hacer. – él hizo una mueca, pero aun así salió del río y la siguió. Ella entró en un galpón y salió de allí cargando varias cajas de cartón y entregó algunas a Ignazio.
- ¿Qué hacemos?
- Vamos a coger aceitunas. Tengo varios olivos. – ella dijo sonriendo caminando otra vez. Y fue entonces que Ignazio se dio cuenta que eran todos aquellos árboles que estaba viendo y él soltó una respiración más pesada, casi aburrida. El proceso de recuperarse debía estar funcionando ya que comenzó a sentir falta de su antiguo trabajo como mesero. Pero aunque no poseía toda la emoción del mundo siguió Valentina, había prometido que haría lo que ella pidiera a cambio de poder quedarse e iba a ayudar aunque estuviera un poco dolorido.

Y luego de empezar conoció a Neptuno que llegó saltando con felicidad en su dueña que casi fue derribada. El Border Collie era hermoso, de pelaje blanco y negro y ojos marrones. Él parecía bastante contento de ver Valentina y ​​después de algunos ladridos que más parecían decir un -buenos días-, Neptuno se concentró en Ignazio. Se acercó con la calda balanceándose y parecía estar feliz de verlo por allí. Y debía estar feliz de veras, sabía que él era el hombre que estaba en el río.

- Hola chico. – dijo él y el perro lo miró fijamente. Ignazio pasó la mano en la cabeza de él y entonces Neptuno apenas lo olió para luego salir de allí.
- Puedes comenzar en esa fila. – dijo Valentina, después pasó entre dos árboles yendo a la siguiente fila y él dirigió la vista a los árboles. Había más de lo que podía contar, ciertamente llevaría tiempo. Sin otra alternativa suspiró y comenzó a recoger las aceitunas.

Labios Compartidos | Ignazio BoschettoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora