Capítulo 5

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Tan pronto como Valentina dejó la habitación Ignazio acabó durmiendo, se sentía cansado y somnoliento, probablemente a causa de uno de los remedios. Volvió a despertar cuando la chica abrió la puerta de la habitación, dejó un plato encima de la cómoda y caminó hacia él.

- He traído una sopa, es mejor sentarte. – ella dijo con calma para luego ayudarle a sentarse de manera cómoda, y como estaba dolorido, Ignazio hizo algunas muecas. Ella colocó una almohada en su espalda para apoyar la columna y luego trajo el plato, y fue cuando Ignazio se sintió de nuevo sorprendido... En lugar de entregarle todo ella dejó el plato sobre las piernas, tomó un poco de sopa y se llevó la cuchara hacia la boca de él. En ese instante la mirada de él se transformó para algo como inquietud y los labios de la chica sólo se inclinaron hacia arriba en una sonrisa leve. – Sé que probablemente no te gusta la idea, pero tienes las manos heridas, así que te ayudaré. – Ignazio respiró más profundamente y acabó aceptando la ayuda ya que realmente parecía hacer eso con buena voluntad.

El resto del día pasó con relativa rapidez para quien estaba casi sin moverse en una cama. Ya que comía poco y sólo bebía agua para tomar los medicamentos que Valentina le daba incluso las idas al baño era pocas, incluso porque cuando necesitaba la chica se veía obligada a ayudarle a levantarse y caminar hasta el baño que era adjunto a la habitación. E Ignazio no sabía exactamente cómo se sentía sobre todo eso... Era siempre independiente, era acostumbrado a hacer todo solo y aún no había descubierto si tenerla junto a él casi el día entero era bueno o no, principalmente porque no quería acostumbrarse a tener tanta atención ya que sabía que algún día acabaría.

Los días comenzaron a extenderse y todo se repetía como una nueva rutina: Por la mañana ella limpiaba las heridas, le daba comida, ella se sentaba en el sillón generalmente leyendo mientras él dormía o se quedaba mirando al techo casi inmóvil. En el cuarto día, Valentina en vez de recoger un libro, sólo se sentó encarando seriamente, e Ignazio percibió, pero prefirió fingir que no.

- ¿Cuál es tu nombre? – ella finalmente preguntó después de unos minutos, él giró la cabeza y la miró sin ningún interés. Pero ella ya estaba inquieta. Estaba dando abrigo y comida a un extraño de quien no sabía nada y eso era frustrante... Él no abría la boca ni siquiera para quejarse de dolor y eso era bastante inusual con cualquier persona enferma o herida. – Hice una pregunta. – dijo con firmeza entonces Ignazio giró de nuevo el rostro para volver a mirar el techo. Ella soltó el aire por la nariz pesadamente. ¿Ese hombre no iba a abrir la boca para decir una palabra? Suerte que ella tenía bastante tiempo porque la paciencia casi se estaba agotando. – Está bien entonces... Tú no necesitas decir nada ya que no quieres. Yo quería saber algo de ti ya que estabas sin ningún documento o si le gustaría avisar a alguien que estás aquí, pero me imagino que no. Si quisieras que cualquier persona supiera donde estás, habrías salido de esa cama como un loco como cualquier persona normal habría hecho – él la encaró rápidamente – Entonces ya que no hablas, voy a decir lo que creo que está sucediendo: Aunque haya batido la cabeza en una piedra en el río, no creo que hayas caído en el agua por accidente... – él levantó los ojos y arqueó las cejas – Así es, creo que saltaste. – ella completó y se quedó callada por unos segundos – Y yo arriesgaría decir que estás completamente deprimido, por eso has intentado matarte y no abres la boca para hablar una sola palabra.

Valentina habló con un tono más enérgico, pero necesitaba que reaccionara al menos un poco. ¿Cómo dejaría un extraño quedarse en su casa sin al menos saber su nombre? Y peor, estaba gastando su tiempo con alguien que parecía no importarse siquiera por estar vivo.

Ella tragó la saliva, se levantó para sentarse nuevamente en el borde de la cama de Ignazio que la miró rápidamente con la misma expresión seria.

- No sé lo que te ha pasado para que estés así, pero quiero que sepas que puedes confiar en mí. Seas quien seas, si lo que quieres es esconderse del resto del mundo entonces créame, no voy a contrariarte... Yo voy a ayudar si quieres mi ayuda.

Ella puso su mano sobre la suya y lo miró con dulzura, sonrió de lado y salió de allí. Ignazio tragó la saliva y cerró los ojos. La sinceridad con que las palabras y la voz suave de ella llegaron hasta él y lo hicieron desmoronar por dentro. Él no sabía quién era esa mujer que lo estaba ayudando en estos últimos días, pero ella se mostraba comprensiva, preocupada y quería su bien... En días, ella ya había hecho todo lo que Giorgia no había hecho en cuatro años, por el contrario. La rubia sólo había arruinado su vida desde el momento en que se conocieron y Enrico estaba cierto al final, ella iba a destruirlo... Ella lo había destruido. Pero ahora aparecía esa otra mujer, completamente diferente, con esa personalidad fuerte y firme, pero amable al mismo tiempo, pacienciosa, sonriente y cariñosa y lo hacía preguntarse por qué había implorado tanto para quedarse con alguien que no le merecía su atención ni afecto. Y aun así parecía difícil reaccionar. Pasó tanto tiempo sintiéndose horrible que ahora era difícil conseguir mejorar.

En aquella noche, sólo se llevó la comida a Ignazio y dejó en el criado mudo, ahora él ya era capaz de alimentarse solo y ella realmente no quería tener que quedarse encarando aquella criatura callada, entonces resolvió dejarlo solo en la habitación, ella cenó tranquilamente mientras asistía un documental sobre insectos... Todo parecía tranquilo y normal hasta que oyó un ruido desde la cocina y cuando llegó a la puerta no supo decir si se sintió sorpresa o no: Ignazio había abierto un armario y ahora estaba comprobando la nevera.

- ¿Qué estás haciendo? – preguntó ella y él tomó un pequeño susto. Cerró la puerta de la nevera y la miró sin responder. – ¡Por el amor de Dios! – ella habló alto sintiendo el resto de su paciencia dejar su cuerpo. – ¡Abra la maldita boca para responderme! Sé que su lengua está ahí porque el médico te ha examinado entero, ¡Así que haga el favor antes de que te deje herido aún más rompiendo la escoba en ti!... – Ignazio la miró seriamente y con cierto temor. Con la escoba en un rincón de la pared peligrosamente cerca del alcance de ella se vio obligado a aclarar la garganta para luego responder.
- Estaba con sed. – ella arqueó la ceja... Bueno él realmente podía hablar.
- La jarra con agua está en tu habitación, lo sabes. – él se quedó callado un par de segundos.
- Pensé en tomar algo más fuerte. – ella frunció la frente, pensando. ¿Él estaba diciendo lo que ella creía?
- ¿Estás buscando alcohol? – preguntó con indignación.
- Quería sólo un trago de vino. – él aclaró.
- ¡Por supuesto que no! Estás tomando medicamentos, no puedes mezclar los dos. ¡Es peligroso!
- No pasa nada.
- ¿Y tú eres médico por casualidad? – preguntó casi gritando y con cierto tono de rabia.
- No... Pero nunca sucedió nada.
- Hace mal.
- ¿Eres médica por casualidad? – preguntó sarcástico y ella apretó la boca.
- Enfermera. – él hizo cara de desagrado y luego un mohín. Podía no ser médica, pero entendía muy bien de salud. – Haz el favor de volver a tu habitación. No tengo ninguna bebida aquí y aunque tuviera no daría. – Ignazio la miró con indiferencia. – Es mejor irte antes de que decida de verdad romper la escoba en su cabeza. – él apretó la mandíbula y salió de la cocina pasando lentamente por su enfermera, que estaba de brazos cruzados. Cuando llegó a la escalera se giró para mirarla.
- Y es Ignazio... Mi nombre es Ignazio.

Labios Compartidos | Ignazio BoschettoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora