Capítulo 13

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Valentina dio una leve sonrisa cuando el camarero tomó el menú y se retiró. Con certeza amaba risotto de camarón y estaba con tanta hambre que contaría los minutos hasta tener su comida. Ya Ignazio rascaba la nuca mientras miraba alrededor, era un restaurante hermoso, pero simple y de arquitectura típicamente toscana, era bastante acogedor. Luego miró a Valentina y ​​ella lo observaba.

- Estás realmente haciendo esfuerzo. – Ella comentó y él la miró con cierta duda. – No quisiste pedir vino.
- Ah, sí. – murmuró.
- Me gusta ver que estás tratando de cambiar... Y los jugos son igualmente buenos – dijo sonriendo.
- Me has ayudado mucho, creo que te debo eso.
- No. – Ella dijo negando con la cabeza levemente – Nunca cambies nada en ti por alguna persona, Ignazio. No coloque a otros como responsables de que estés feliz o triste. Las cosas mejoran cuando te das cuenta de que todo depende sólo de ti mismo, entonces sigas mejorando porque eso es bueno para ti, no para mí.... Aunque me dejes contenta.
- Hablas cosas demasiado maduras para alguien joven. – Ellos sonrieron.
- Aprendí algunas cosas con los ancianos con quienes trabajé.
- Me gustaría poder haber tenido buenas experiencias hasta el punto de poder ayudar a otras personas, así como tú.
- Creo que puedes hacerlo.
- ¿Verdad? ¿Con el tipo de vida que llevaba?
- Bueno, me has enseñado cosas. – Él la miró con extrañeza.
- ¿Cómo qué?
- Todo lo que no se debe hacer en la vida. – Entonces Ignazio soltó una risa, pero sacudió la cabeza, casi incrédulo. Percibió la broma, debía estar enojado, pero no lo logró. Era realmente un ejemplo a no ser seguido.

En aquel momento tomó un trago de jugo, pero la sonrisa siguió en su cara poco después. Fue entonces cuando se dio cuenta que incluso con poco tiempo Valentina era su primera amiga en años, la única verdadera por lo menos. Nadie que él conocía hablaría algo serio así, pero de manera honesta y divertida al mismo tiempo. La mayoría de las personas que conocía no daban opinión incluso cuando él preguntaba y cuando lo hacían, generalmente, no era algo provechoso o que fuera de alguna ayuda... Y allí estaba, una mujer que había conocido días atrás, ayudándolo como nadie había hecho antes, alguien que realmente se estaba importando con su vida, con su bienestar y autoestima... Era tan extraño. Desde que se apartó de su madre ya no había tenido ese tipo de sentimientos, entonces todo parecía completamente nuevo. Y finalmente, parecía que la vida estaba sonriendo para él de nuevo, algo que no ocurría con frecuencia. Ahora las cosas parecían estar tomando un rumbo diferente, pero bueno y le gustó la sensación. Tendría que trabajar con eso en su mente para sentirse así más veces, se esforzaría para eso porque era demasiado bueno para ser ignorado o apenas pasajero.

Luego se concentró en Valentina que comenzó a hablar de cosas aleatorias y hacer preguntas bobas como -¿cuál es su color favorito?-... Él que siempre odió ese tipo de conversación comenzó a sentirse diferente, si ella preguntaba sobre detalles tan pequeños era porque estaba realmente interesada en conocerlo mejor, entonces era mejor abrirse y decir todo lo que ella quería saber. Y preguntar. También quería preguntar muchas cosas. Por primera vez tenía un interés genuino en saber algo sobre alguien y qué bueno que era sobre alguien tan interesante como Valentina.

No mucho tiempo después el camarero trajo la comida y, a pesar de cenar quietos, el silencio no era molesto, por el contrario, llegaba a dar cierta comodidad.

- Estoy llena ... – ella dijo para luego estirarse. – Es mi plato preferido.

Ignazio abrió la boca para hablar, pero entonces escucharon un grito venido del fondo del restaurante pidiendo ayuda. Ambos miraron en esa dirección y un señor estaba caído en el suelo. Más que rápidamente ella se levantó y corrió hasta allí y Ignazio la siguió.

Ella apartó a las pocas personas y puso los dedos en el cuello del viejo en el intento de oír sus latidos, pero nada.

- Llame a una ambulancia – ella dijo a Nazio que ya cogía el celular e inmediatamente empezó a hacer masaje cardíaco en el hombre. – Vamos... Vamos... – murmuraba con impaciencia. Y allí se quedó hasta que los paramédicos llegasen...

*****

- ¿No pudiste dormir? – Ignazio preguntó sentándose al lado de ella en el sofá. Era madrugada y ella estaba sentada toda encogida, abrazando las rodillas. Estaba con los cabellos mojados y estaba enrollada en una manta, vía televisión en la oscuridad y sus ojos estaban rojos y cansados.
- Estaba sin sueño. – Respondió después de unos segundos sin moverse.
- ¿Estás bien? – Ella apenas asintió con la cabeza, pero luego su barbilla comenzó a temblar y ella cerró los ojos. – Ah, Valentina. No te pongas así. – Ella soltó un llanto y apoyó la frente en las rodillas, entonces Nazio se acercó y deslizó la mano por su espalda. – Has hecho el masaje durante 10 minutos. Nadie hubiera intentado tanto tiempo como hiciste, pero ya era su hora. No es tu culpa.
- Pero parece que todos mueren en mis manos, siempre... – dijo levantando la cabeza.
- Estas mismas manos fueron las que me salvaron – ella lo miró con los ojos totalmente cristalinos y verla así partió el corazón de Ignazio en dos. Era la mejor persona que conocía y no merecía sufrir de esa manera por no haber logrado ayudar a un hombre como quería. Estaba casi más difícil para Ignazio que veía un lado vulnerable de ella, que creía que ella escondía muy bien, porque nunca pasaba una imagen de fragilidad. El mínimo que logró pensar era que en aquel momento él necesitaba mostrarse fuerte para dar soporte a ella, como ella había hecho con él desde que había llegado allí.

Entonces Ignazio la tiró cerca y la abrazó, entonces Valentina comenzó a llorar aún más. Él desconfiaba que era el acumulo de pérdidas que desencadenaba toda esa tristeza de una vez, pero se limitó a sujetarla apretada en sus brazos sin decir nada. Ella no necesitaba palabras, ella necesitaba sentirse segura de nuevo.

Y después de varios minutos, consiguió parar de llorar y terminó durmiendo abrazada en Ignazio, reposando la cabeza en su pecho haciéndolo sonreír cuando se dio cuenta y encogió la cara en la cabeza de ella. Se quedaría allí cuanto fuera necesario...

Labios Compartidos | Ignazio BoschettoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora