XIV

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Midori parpadeó conteniendo sus sollozos cuando sintió una mano sobre su cabeza. Levantó la vista encontrándose con unos ojos grises preocupados.

—¿Por qué lloras? ¿Tan desagradable es casarse conmigo?

Midori negó tragando el nudo en su garganta, sus ojos se llenaron de lágrimas de nuevo. El hombre le sonrió amoroso y siguió acariciando los cabellos negros de la chica.

—L-lo siento. —murmuró ella.

—¿Por qué te disculpas?

Midori bajó la vista, la sonrisa desapareció del rostro masculino, un suspiro abandonó los delgados labios y se arrodilló junto a ella.

—Lo haré lo mejor que pueda, lo sabes ¿cierto?

Movió la cabeza en afirmación y sorbió la nariz con tristeza.

—Te prometo, dulce amiga, dulce Midori, que esta es la última vez que lloras por mi causa.

Midori quizo sonreír, pero no le dolía casarse con él, le dolía saber que el corazón de su amado sufría porque no era ella quien debía ocupar ese lugar junto a él.

...

Observó el cielo nocturno desde la ventana de su cuarto en aquella posada que residía durante su estadía en la aldea de la hoja.

Sus ojos ya no estaban rojos, pero la tristeza aún se desplazaba entre su olor.

—No cumpliste Sochiro. —susurró al viento, los recuerdos de su último encuentro con la próxima líder Hyuga se mantenían frescos en su memoria. —No cumpliste. —repitió. —He vuelto a llorar, como cuando supe que no me querrías jamás.

Natashi respiró con fuerza, deseando que las ganas de llorar se fueran de ese modo.

...

—¿No lo abrirás?

Ino vió confundida a su novio. —¿El que?

Sai sonrió de la forma tan característica en que solía hacerlo siempre. Señaló la pequeña caja que la rubia llevaba entre sus manos.

Parpadeó sorprendida por olvidar que llevaba cargando su regalo todo el camino hasta su casa. Sonrió levemente y lo abrió, deseando momentáneamente no haberlo hecho.

—S-sai... —asustada lo miró, la duda impregnada en sus ojos. —¿E-esto...?

El pelinegro calló un momento, pensando en la forma correcta de transmitir sus pensamientos.

—Incluso si no es mío, lo protegeré. —dijo por fin, intentando recordar el discurso que había escrito hace unos días —así que no llores más, leí que las lágrimas del alma son las más dolorosas.

Ino lo vió tratando de retener las gotas saladas, gimió con dolor y apretó la cajita contra su pecho.

—Sai, yo...

—No hace falta que llores por mí, el corazón no elige a quien amar.

—¿Tu lo...?

—El corazón no elige a quien amar, pero nosotros elegimos que corazón cuidar, yo quiero cuidar el tuyo.

Y la sortija dentro de la cajita era realmente bonita.

...

Hinata suspiró, caminó sin querer regresar aún al condominio Hyuga, la brisa comenzaba a tomar fuerza y su vestimenta no ayudaba lo suficiente al frío que comenzaba a sentir.

Miró el cielo, ya era de noche, las nubes tapaban las estrellas y la media Luna apenas era visible.

Su pecho dolió, no sabía que pensar, no sabía en quien pensar, y la persona que más quería apoderarse de ella, era alguien a quien desearía olvidar.

Maldijo el momento en que aceptó acompañar a su hermana a comprar armas. Tal vez si no lo hubiera hecho su corazón seguiría latiendo por alguien más.

Pero al mismo tiempo, superar a esa persona con la que pasó toda una vida le parecía impensable. Hinata estaba confundida, no sabía que pensar, no sabía que sentir. Solo sabía que dolía, dolía tanto que de poder hacerlo, se arrancaría el corazón.

Pateó una piedra que se atravesó en su camino y se desvió a los campos de entrenamiento, deseando que entrenar un poco aliviará sus penas.

Kino se mantenía callado, no había querido hablar después de que aquella omega apareció para intentar hablar.

No lo entendía, ¿por que tenían que aparecer sus anteriores parejas? Justo cuando ya estaba lidiando con un corazón roto venían a romperlo aún más.

Llegó al campo de entrenamiento número 7, y deseó no haberlo hecho, porque aunque se repitiera una y otra vez que no era así, sabía que las lágrimas que soltaba aquella omega de cabellos rosados no podían ser por nada más que su culpa.

Apretó los puños, viéndola sentada en el pasto, acunandose a sí misma, sollozandole al cielo con dolor, con pena y con vergüenza. Quizo apartar la vista, sintiéndose invasora e indigna de apreciar tal escena.

Quizo golpearse por causar ese dolor, quizo llorar por no poder resolverlo, pero quizo morir, porque seguía estática en aquel lugar.

Quizo morir, porque sus pies no se movían hacia ella, porque era tan cobarde, que no era capaz de ir a consolarla.

Y solo se quedó ahí, presenciando el dolor de la mujer que amaba, de la mujer que la amaba. De la mujer que sintió suya, pero que ya no podía serlo.

Solo quedó ahí, llorandole a una mujer que le lloraba. Sintiendo su corazón romperse, por estarselo rompiendo a ella.

Hinata se odio, deseando que fuera Sakura quien la odiara, y la amó, deseando que la olvidara, justo como ella estaba obligada a hacer.

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