Capítulo 31

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—¿Crees que ya pueda escucharnos? —me pregunta Peeta.

Lo miro a través de la oscuridad, siento que su mano se desliza debajo de mi blusa y me acaricia el abdomen con suavidad.

—No lo sé, pero yo creo que sí —le sonrío.

—Estuve buscando en Google y dice que aproximadamente en la semana veinte podrás sentir sus patadas.

—Ya no falta tanto entonces —le acaricio la mejilla—. Unas nueve o diez semanas.

Me sonríe, y su mano sigue sin despegarse de mi abdomen.

—¿Segura que quieres que nos vayamos a Nueva York? —me pregunta—. ¿Estás completamente convencida?

—Es lo que habíamos acordado, allá nos casaremos y...

—Podemos hacerlo aquí.

—Lo sé, y me gusta vivir cerca de la playa. Pero no sé si pueda soportar el calor durante el verano.

Se ríe.

—Yo tampoco, y también leí que los bebés son intolerantes al calor.

—Parece que ahora sabes todo de bebés.

Se encoge de hombros.

—Sólo investigo un poco.

—Entonces ya sé quién va a cambiar los pañales, porque yo no tengo idea de cómo hacerlo.

Se ríe.

Nos quedamos callados, pero noto que algo le preocupa.

—¿Qué ocurre? —le pregunto.

Suspira.

—Quería invitar a mis padres a la boda, pero... no creo que sea buena idea.

—Ni siquiera les has dicho del bebé, ¿cierto?

Niega con la cabeza.

—Son tus padres, Peeta. No porque yo esté huyendo de los míos tú tienes que hacer lo mismo.

—No es eso, es sólo que no quiero problemas. Seguro van a molestarse conmigo. Y más porque estás conmigo y no con Nathan, creerán que el trato que había entre las empresas se estropeó por mi culpa.

—Tal vez se molesten, es cierto —le acaricio la barbilla—. Y no los conozco muy bien, pero seguro no les durará mucho el enojo. Ellos te aman, y seguro que lo que más quieren es verte feliz. Eso es mucho más importante que un estúpido contrato.

Vuelve a suspirar.

—Supongo.

Acorto un poco más la distancia, y lo beso.

—Todo estará bien —susurro—. Lo prometo.

Me sonríe.

—Descansa.

—Tú igual.

º º º

Peeta y yo decidimos pasar unos días más en California. Y después empacamos todo y nos vamos a Nueva York.

El vuelo resulta ser bastante largo, y más que nada cansado, a pesar de que abordamos en primera clase.

Se vuelve casi una pesadilla por lo frecuente que debo pararme para ir al baño. A Peeta no le extraña, pero noto una sonrisa divertida en su cara cada vez que regreso. Justo como ahora.

—Deberían darte algún tipo de tarjeta de cliente frecuente —me dice, y me siento—. O un jabón de regalo al menos. Nadie ha ido tanto al baño como tú.

Espero verte de nuevo [Everllark]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora