Muchos de los casos que se presentan en la guardia tienen similitudes entre sí, de manera que nos retrotraen a otros que ya hemos visto.
Es algo frecuente que lleguen niños golpeados, los cuales sus padres aseguran "se cayeron jugando". Uno de estos caso me hizo recordar con tristeza, un hecho que me tocó vivir siendo niña.
Junto a mi casa paterna, se instaló un matrimonio joven que ya tenía un niño de unos 5 años. La mujer, ama de casa contaba con una amplia cultura, según se desprendía de sus diálogos con los habitantes del barrio. El marido, bastante mayor que ella, trabajaba durante el día, llegando entrada la tarde al hogar. Al poco tiempo de instalados, se comenzaron a escuchar discusiones, acompañadas de ruidos de elementos arrojados contra las paredes; sin embargo, al día siguiente todo parecía normal, la señora regaba las plantas y el marido partía al trabajo. Las peleas pasaban a ser una anécdota, según ella, el marido se ponía algo "nervioso" cuando bebía, pero luego se le olvidaba. Los fines de semana se reunían con amigos y corría música y bebida a canilla libre. Varias veces, los invitados se retiraban horas después que el marido partiera, pero aparentemente era su forma habitual de vida. En esa época, recuerdo que ella me permitía alimentar a Camilo, una hermosa tortuga macho, que tenía un circuito de paseo y habitad construido en su jardín, mientras cruzaba algunas palabras triviales con mi madre, respecto a secretos de cocina o plantas, temas de los que hacía gala; el jardín era una belleza de colores y el aroma de su cocina, embriagador. Lentamente, se comenzaba a notar que no solo el hombre bebía, ella pasaba días enteros sin aparecer, mientras mandaba al niño con su familia. Las botellas se apilaban en la vereda y habían dejado los intentos de disimular, cuando nos enteramos que la mudanza, no fue por voluntad propia, sino que fueron obligados a irse, debido a las reiteradas denuncias de los vecinos, por los disturbios que provocaban, en total estado de ebriedad. Con esa novedad, no nos extrañó cuando el hombre se fue repentinamente, luego de un griterío en que enteró a todo el mundo, que ella esperaba un hijo, de uno de los ocasionales invitados a sus reuniones. Recuerdo que muchas de las personas del lugar, movidos por la compasión, al saberla embarazada y sola, le alcanzaban alimentos y sus familiares les traían dinero esperando que el marido reconsiderara la situación y regresara. Toda la ayuda era en vano, ella tomaba el dinero y compraba wisky, ginebra y cuando tenía poco, vino barato. Así, totalmente borracha, un día insultaba y arrojaba piedras contra mi casa, reclamando que le había robado la tortuga. Mis padres trataban de razonar con ella—yo tenía 9 años—, pero no había caso. Una semana de insultos, demostraban que no pensaba calmarse. Llegando el fin de semana, su padre llegó a cortar el pasto del terreno que estaba muy largo y allí se encontró con el caparazón completamente blanco del pobre Camilo, quien había terminado en una sopa, al haber tenido hambre su dueña y sin dinero, que gastara el vino.
La historia no quedó allí. El niño nació, el marido regresó, pero las cosas empeoraron. En este punto, los dos miembros del matrimonio vivían en un estado deplorable por su alcoholismo, se oía llorar a los niños, de hambre. Fue una etapa muy difícil para mi familia, porque mis padres se asesoraron con asistentes sociales, recurrieron a denuncias en minoridad y hasta se ofrecieron a cuidar a los chicos, pero las asistentes vinieron dos veces y se fueron conformes, con la limpieza del lugar y la dialéctica de la mujer. Sabiendo que eran mis padres los denunciantes, debimos soportar insultos, gritos, apedreadas, no solo de ellos sino de sus familiares, que venían al salir mi padre a trabajar, por lo que mi hermano y yo debíamos permanecer encerrados para no terminar heridos. Como nadie más se ocupó de las denuncias, las agresiones cesaron; pero pasó, que luego de dormir una borrachera de dos días, la pareja se despertó con el niño de 6 meses muerto, debido a que tenía bronquitis y al darle la mamadera, tuvo reflujo y se ahogó con sus propios vómitos. Lejos de sentir remordimientos siguieron su vida, él trabajaba de sereno en un galpón así que dormía y como usaba la muerte del pequeño para conmover a las personas, no lo dejaban sin trabajo. Así continuaron, ella falleció con una cirrosis terminal a los 29 años, él se quedó con el único hijo, que contaba con problemas de conducta y éste, fue quien siendo adolescente, incendió la casa con el padre adentro. Se salvó por la llegada de los bomberos y el hijo quedó a cargo de sus abuelos paternos. Pasaron los años y el hombre murió sentado en el jardín, con una jarra de vino y avanzada edad, yo, hacía mucho que no vivía allí, pero me enteré, por la colecta de los vecinos para el velatorio.
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Animales humanos...Crónicas de guardia.
Non-FictionAños de experiencia laboral en contacto con un gran abanico de bajezas humanas, muchas veces han conseguido minar mi espíritu. ¿De cuántas cosas podemos ser capaces?: ¡De todo! Estas historias son una recopilación de hechos reales guardados en la me...