Pía, era junto a su hermana gemela Felicitas; la heredera natural del imperio fundado por los abuelos, llegados de una Alemania que renacía de las cenizas de la guerra. Las muchachas, crecieron abrigadas al amoroso cuidado de una familia honesta y trabajadora. Educación religiosa, música, deportes e idiomas, formaron parte de su esmerada educación.
A poco de cumplir los 21 años tanto ellas, como la sociedad quilmeña a la cual pertenecían, se vio conmocionada por el accidente automovilístico que terminó con la vida de los padres el primer día del año 2000.
Todo el peso del imperio caía irremediablemente sobre las herederas, en plenitud de sus derechos legales por ser mayores de edad. Si al principio, la primera etapa del duelo las encontró desorientadas y tristes; poco tiempo después de un corto período, fue que comenzaron las fiestas prácticamente diarias, el desenfreno y las adicciones; muchos "amigos" se les pegaron en esta época.
Felicitas murió de una sobredosis en el enorme caserón familiar, un año después que sus padres. Pía, siguió con la vida de desenfreno sin tomar un respiro y en los 5 años posteriores al fallecimiento de sus progenitores; las empresas que habrían asegurado su futuro entraron en quiebra judicial, sus propiedades y automóviles fueron rematados y miles de personas quedaron en la calle. De a poco, la muchacha se transformó en una figura frecuente en la guardia del Hospital, pasando por una veintena de entradas para desintoxicarse, atención de urgencia por traumatismos, fracturas de costillas, violaciones y múltiples embarazos. Tras una leve mejoría, desaparecía del lugar y se escapaba de los hogares a que la derivaban las asistentes sociales.
La señorita Pía ubicó su residencia debajo del puente que marcaba la entrada a la ciudad, allí entre cartones y sucias mantas, cambiaba por drogas el escuálido cuerpo que parecía quebrarse en estado de extrema delgadez. En estas condiciones dio a luz a 6 niños, que inmediatamente quedaban a cargo de un juez para colocarlos en situación de adoptables.
Muchos de los que la atendieron, guardan su imagen en el antiguo pabellón, su figura casi transparente iluminada por la luz de los ventanales; leyendo en inglés y alemán los libros que jamás permitió que le quitasen. Con la tristeza de avizorar su final, la vieron partir despidiéndose amablemente de todos con su dulce sonrisa. Un mes después el frío invierno y una mezcla letal de drogas, se llevó finalmente el alma atormentada de la señorita Pía, tenía 27 años.
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Animales humanos...Crónicas de guardia.
Non-FictionAños de experiencia laboral en contacto con un gran abanico de bajezas humanas, muchas veces han conseguido minar mi espíritu. ¿De cuántas cosas podemos ser capaces?: ¡De todo! Estas historias son una recopilación de hechos reales guardados en la me...