El escarmiento

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 Todos los años, a principios del otoño, llegan las nuevas camadas de residentes médicos, jóvenes recién recibidos, muchos de los cuales aún presentan las caras cubiertas de acné.

A pesar de su juventud, ingresan instruidos en la creencia de que ellos son "doctores", un escalón debajo de Dios y así se comportan —al menos el 90% de ellos.

"Maxi", era el residente de cirugía cuya llegada a manera de aplanadora, rápidamente ganó la antipatía de todos los integrantes del plantel, sus mismos compañeros lo rechazaban por soberbio, engreído e irrespetuoso,  siendo que acostumbraba discutir con ellos frente a sus superiores a quienes debían responder; los enfermeros, eran sus blancos preferidos, y los  descalificaba frente a los pacientes, tomado la costumbre de gritarles por cualquier motivo.

Cuatro años de residencia serían insoportables trabajando al lado de alguien así.  Generalmente, los residentes de sala duermen toda la noche, salvo que se presente un problema, la medicación, cuidados y procedimientos técnicos, son realizados por los enfermeros de sala. Sin embargo; cuando se trata de personas tan intratables como este joven, el personal tiende a no facilitar demasiado su descanso, así, el "doctor" comenzó a ser llamado cada 15 minutos, para tratar temas relevantes, como por ejemplo, que al paciente le picaba la nariz, o le molestaba la aspereza de las sábanas esterilizadas. Unas semanas así, y los compañeros le recordaron "te avisamos que no te metas con los enfermeros, te pueden hacer la vida difícil por cuatros años", pero era testarudo el hombre y cuando pensó que nadie podría con él, se encontró con una sorpresa. Una noche, lo llamaron por teléfono y le dijeron que vaya inmediatamente a la morgue, que el jefe lo esperaba allí, para darle indicaciones sobre un cadáver que había ingresado producto de un accidente.

Con la cabeza en alto y sus 1,56 metro de altura,  el ingenuo, salió de la sala indicando que lo necesitaban en la morgue para que los asesore. Al entrar en el lugar, advirtió un cuerpo cubierto sobre la plancha metálica de autopsias, pero allí no se encontraba nadie más. Cuando quiso salir, la puerta quedó trabada desde afuera, la luz empezó a parpadear y el "cadáver" se levantó. Lo siguiente que pudo ver el doctor, cuando se recuperó del desmayo, fue a sus compañeros rodeándolo y tomando fotos, muy alegres. Los próximos años, no tuvo ganas de confrontar con nadie y prefirió ocuparse de su trabajo, y era que sus colegas le recordaban cada tanto sus fotos, no solo desmayado, sino que se advertía la orina que cubría su ambo antes inmaculado. Con respecto al cadáver, se trataba de la actuación dramática, de la enfermera más hostigada por el desconsiderado, debido a que la muchacha, medía 1,80 de altura, cosa que a él le molestaba mucho. Nada de esta noche llegó a oídos de los superiores o hubiese sido motivo de suspensiones, todo quedó en una anécdota.


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