Capítulo 10

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—¿Otro?

Chaeyoung levantó la mirada. La camarera del bar había regresado. Se sorprendió al encontrarse el vaso de bourbon vacío.

—No, gracias. Una botella de Perrier, por favor.

—Muy bien. Enseguida vuelvo.

«Enseguida vuelvo.» Había empleado la misma expresión dos veces, sin saber que esa frase en apariencia inofensiva era para Chaeyoung como la sal aplicada a una herida abierta.

Su madre le dijo esas mismas palabras la noche que se marchó. Para no volver.

A menudo su madre pasaba varios días seguidos fuera; se marchaba sin decir nada más que «hasta luego» y regresaba sin dar explicación o excusa alguna para justificar su ausencia. Chaeyoung no se ponía triste ni se preocupaba cuando la mujer no estaba. Sabía que, cuando se cansara del novio de turno o viceversa, y el tipo la echara de su piso o sencillamente cuando se aburriera de ella, su madre volvería a casa.

Cuando llegaba, nunca le preguntaba a su hija qué tal estaba o qué había hecho mientras ella faltaba. ¿Se encontraba bien? ¿Había ido al colegio? ¿Había comido en condiciones? ¿Había tenido miedo durante la tormenta? ¿Se había puesto enferma?

Una vez sí le pasó. Se puso enferma. Le sentó mal una lata de pechuga de pollo que llevaba demasiados días abierta. Vomitó tanto que se desmayó, y después se despertó en el suelo del cuarto de baño, tumbada bocarriba y rodeada de vómito y diarrea, con un chichón tan grande como el puño en la cabeza provocado por la caída.

Tenía ocho años.

Después de ese episodio, iba con más cuidado con lo que comía cuando su madre se marchaba de casa.

Aprendió a cuidar bastante bien de sí misma durante los días que pasaba sola, hasta que su madre reaparecía.

La noche en que se marchó para siempre, Chaeyoung sabía que su madre no iba a volver. Se había pasado el día tomando cosas de la casa cuando pensaba que Chaeyoung no la miraba. Ropa, zapatos, una almohada de satén que un tipo había ganado en una feria cercana y le había regalado... Dormía con esa almohada todos los días porque decía que le conservaba el peinado. Cuando Chaeyoung vio que embutía la almohada en una bolsa de la verdulería y la metía en el coche de su ligue del momento, supo que su ausencia sería permanente.

La última vez que Chaeyoung vio a su padre, iba esposado y estaba metido en la parte posterior de un coche de patrulla. Un vecino había llamado a la policía alegando haber oído una disputa doméstica.

Disputa. Un nombre eufemístico para describir a su padre moliendo a palos a su madre después de habérsela encontrado en la cama con un tipo al que había conocido la noche anterior.

Mandaron a su madre al hospital. A su padre lo mandaron a la cárcel. A ella la dejaron con una familia temporal, con la que estuvo hasta que su madre se recuperó de las lesiones. Cuando el caso llegó a los tribunales, el abogado de oficio le explicó a Chaeyoung, que entonces tenía seis años, que tal vez la llamaran para que le contara al juez lo que había pasado aquella noche, ya que había presenciado el ataque. Eso la dejó aterrorizada. Si su viejo salía de la cárcel, le haría pagar a Chaeyoung por haberlo delatado. La retribución incluiría unos azotes con el cinturón. No serían los primeros, pero seguro que serían los peores.

Y, sinceramente, no podía decir que toda la culpa fuera de su padre. Chaeyoung sabía ya que las palabras «fulana», «puta» y «zorra» eran insultos dirigidos a su madre, y suponía que se merecía que la llamaran de con esos calificativos.

Jugando Sucio |MiChaeng| [G!P]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora