PARTE 47 "Un ángel para tu soledad"

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Todo está oscuro aquí dentro, me siento muy pequeña, como una minúscula célula rebotando en un pinball dentro de esta caja. A pesar de esto puedo percibir el exterior, el olor es ligeramente fétido, pesado y con falta de ventilación. Los sonidos rebotan huecos como en un gran espacio vacío.
El contacto con el frio intenso del cadáver refrigerado me vuelve a la escena, Los ojos se abren y puedo ver. La caja sigue abrasada a la bolsa roja y desde este ángulo puedo ver la cara del tipo de la funeraria que se persigna espantado por el cuadro.

Todo parece marchar en cámara lenta. Los operarios de la morgue van y vienen haciendo los últimos procedimientos.

De pie junto a la camilla, observo la bolsa roja que alberga como un capullo el flagelado cuerpo de contextura pequeña. Se ve muy delgado, maltratado (seguramente debido a los procedimientos en relación a su afección) y a pesar de su deterioro puedo observar un rostro de bellas facciones enmarcado por su cabello corto y oscuro. Estar frente a esta bolsa es impactante, definitivamente es trágicamente perturbador.

- Una bolsa roja... Bolsa, roja... - Me repito tratando de discernir entre flashes que vienen a mi mente, un vago recuerdo...

De pronto un suceso viene a mí, los escritos de María, el protagonismo de las bolsas rojas en cada hospital donde estuvo con Andrés en sus largas esperas, también hizo hincapié que le entregaron las pertenencias de su hermano en una enorme bolsa roja...
Recordé que llamaban su atención (y remarcó) que las bolsas rojas eran utilizadas para residuos patológicos...
El horror se apodera de mí, comprendo que Andrés, para el hospital, es ahora un residuo patológico. Caer en cuenta de esto me hace sentir terrible, me parte el alma. Definitivamente el sentimiento de la caja en este momento es de desolación.

- Que coincidencia tan nefasta... Será esto una coincidencia? - Me pregunto azorada.

El procedimiento sigue su curso. La bolsa roja con su contenido es colocada dentro del féretro simple y austero; los restos de la pequeña humanidad de Andrés quedaron aun más pequeños dentro del ataúd y la tapa al cerrarse hace un sonido hueco.
El operador explica a sus deudos que el próximo procedimiento es el sellado del féretro, que esto es imprescindible ya que el Muñiz es un hospital de infecciosos y son las reglas para que autoricen la salida del cuerpo del hospital. El anuncio de este procedimiento fue tomado por los deudos con asombro y espanto apartándose un par de metros resguardándose de este último gran dolor.
Acto seguido uno de los operarios de la funeraria comienza con el sellado del cajón, e inmediatamente un olor intenso a estaño lo invade todo, el humo gris comienza a invadir el recinto, la iluminación es escasa y rayos de sol se cuelan por la puerta entreabierta dibujando con el humo fabulosas estelas de luz que chocan contra el féretro, dando un singular aspecto celestial al momento.
Al fin termina el sellado y el féretro es introducido en la morguera, las puertas se cierran y esta comienza su recorrido por las callejuelas empedradas del Muñiz.

El parque se ve apacible, y los rayos del sol del mediodía otoñal bañan las frondosas copas de los añosos árboles. Los pájaros ajenos a la presencia del pobre cortejo siguen cantando de rama en rama y una fresca brisa se siente aliviadora.
María y sus hermanos escoltan la ambulancia caminando en silencio.
La caja está llena de sentimientos distorsionados. Un dolor intenso se funde con el amor inmenso y fraternal que se cristaliza al golpear contra la culpa de no haber hecho lo suficiente. Ante estos sentimientos, en un acto de defensa, lo que queda de la mente arma un gigantesco escudo de rencor y la culpa de dejar morir a Andrés en la soledad más cruda, estalla en mil pedazos cubriendo con su manto inquisidor a todo el entorno de María. La caja está a punto de implosionar y yo sigo dentro..

Trato de tomar el mando pero es inútil, la caja sigue su camino detrás de la morguera. En el trayecto percibo una leve disminución en el avance, los pasos van haciéndose cada vez más lento, más pesados, quedando unos metros atrás del cortejo. El vehículo llega a la salida, el portón de hierro enorme se abre haciendo un gran chillido de bisagras y la ambulancia con el cuerpo de Andrés sale del Muñiz con los hermanos de María detrás. De pronto el portón comienza a cerrarse y desesperada trato de apurar los pasos de este cuerpo entumecido. Viéndome lejos aún para alcanzarlos entro en pánico y haciendo un esfuerzo enorme me desprendo de la caja y comienzo a correr en total desesperación dejándola tras de mí.
Me abalanzo hacia el portón, y este se cierra frente a mis narices dando un tremendo estruendo haciéndome sobresaltar, quedando dentro del Muñiz aferrada al portón sacudiéndolo mientras veo alejarse a la ambulancia, y a los hermanos de María subir a un auto.

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