Estuve internada (nuevamente) en esta clínica psiquiátrica un mes, luego de que vecinos, alarmados por alguien que deambulaba en los techos de mi casa en medio de la tormenta, llamaran al 911. No recuerdo mucho de ese episodio, solo flashes. Un escenario dantesco, lluvia, truenos, viento, el croar insoportable de las ranas, miedo, una sensación de muerte inminente y de la nada una mano auxiliadora que juraría era la de Andrés, y la certeza de que a pesar de los deseo de María, el cielo puede esperar.
Semanas antes a mi recaída fuimos con mis hermanos por la casa funeraria a retirar las cenizas de Andrés. El trayecto fue extraño, estaba sentada en el asiento de atrás llevando en mi regazo la urna con sus cenizas y mis hermanos hicieron bromas con las cosas más insólitas. Creo que todos estábamos terribles y lo disimulábamos muy mal.. Llegamos a casa de mis padres y Claudio me abre la puerta del auto, me estira los brazos para recibir la urna a lo que respondo:
- Yo me lo llevé de acá, yo lo traigo a casa nuevamente...
Mi hermano me abre paso.
El pasillo de entrada era infinitamente más largo. Se veía como un largo túnel oscuro. Sentía un dolor en el alma indescriptible. Nuestros pasos se escuchaban lentos, arrastraban mucho dolor. El espacioso hueco de la escalera parecía una cámara del tiempo donde los recuerdos estallaban como cristales ante esta realidad. Uno a uno subí los escalones de mármol gris por la que ayude a Andrés bajar aquella fatídica noche. Las lágrimas brotaban de mis ojos y con el alma estrujada sostenía en mis brazos la urna acariciándola sintiendo que moría de dolor. Inmediatamente la puerta del primer piso se abre dándonos paso. Estaba tan angustiada... Solo había pasado poco más de un mes de su última internación, no podía creer que estaba trayendo nuevamente a Andrés a casa en una pequeña caja...
Solange hizo un espacio para él junto a la urna de papá. Besé la urna con un dolor eterno. Llore, lloré con todas mis fuerzas y lo dejé ahí. Ya estaba nuevamente en casa.
No recuerdo muchas cosas desde el episodio del regreso de Andrés a casa en una urna, tampoco del proceso de los últimos días de mamá, en esos días fue difícil mantenerme en tiempo y espacio.
La perdida de aquel hermano tan amado se mezcló con el cese abrupto de los episodios traumáticos que padecía a diario, los viajes en tren a las horas de visitas, el conseguir a diario ropa para suplantar la que tiraba sucias con sangre, ya no tenía que masajear su pequeño cuerpo para mitigar los dolores, ya no preparaba comidas para antojos que ni siquiera podía probar más de dos bocados, ya no mas charlas con Andrés bajo el frondoso árbol, ya nunca más habría despedidas y ese abraso con un te quiero bajito...Nada. De pronto era la nada misma...
Entonces, "naturalmente", con la muerte de Andrés experimente una sensación de liberación que me hacía sentir el peor ser humano del mundo. Era un conflicto interno difícil de pilotear. Comencé a pensar que su final había sido(dentro de sus posibilidades dadas las circunstancias) el menos cruento y que al fin al cabo Dios había escuchado mis rezos en tantas noches de insomnio pensando en aquel fatídico momento que diera su último mal paso...
Las noches de insomnio, los ataques de pánico se acrecentaron.
Mientras pasaban más días peor me sentía y los conflictos con las "presencias" aumentaban.
- "Muerto el perro se acaba la rabia". - Dijo "Ella" en algún momento de reflexión harta de escuchar a María.
Entonces solo colapsé.Por un corto tiempo, luego de salir de la internación, todo siguió igual. Seguí penando la muerte de Andrés, y con el tiempo deje la culpa de lado y con ella las pesadillas recurrentes. En cuanto a las otras, siguen aquí. Mari sigue buscando a Andresito, y la mujer la cuida y mima cuando está estalla en la angustia de no encontrarlo. Isabel deambula por la casa en silencio, a veces me quedo charlando con ella por las noches. Y "Ella" sigue a mi lado como una sombra cuidando de "la caja".
Luego de ocho meses de ocultarle piadosamente la muerte de su hijo también falleció mamá, quien para el inicio de esta terrible pesadilla, producto de un párkinson avanzado, su mente ya había colapsado desembocando en un deterioro cruel de su cuerpo y una espantosa y lenta muerte.
La enorme casa familiar, con sus cuartos gigantes y múltiples espacios llenos de recovecos en penumbras, se volvió aun más oscura y podía sentirse la muerte como en un solitario mausoleo. En algún momento se comenzaron a escuchar los murmullos de aquellos que penaban por su trágico final. Y Solange, comenzó a encerrarse en aquellas interminables noches en su habitación...En la casa ya no se volvieron a escuchar aquellos vinilos de la extraordinaria colección de folklore de papá. A pesar de que Solange intentaba dar vida a aquel caserón, el silencio lo opacaba todo. Salvo en aquellas reuniones de hermanos en la que pretendíamos entre copas reafirmar lazos entonando folklore, "El corralero" se sentía un puñal en el pecho estrujando la garganta rompiendo en el cruel silencio.
Y un día, cuando creímos que eso sería suficiente, los dejamos ir. Las cenizas de mis padres fueron llevadas a la provincia de Córdoba, donde pasaron momentos muy felices en su luna de miel, es así que fueron desperdigadas por cada parte de esa ciudad. Las cenizas de Andrés, ha pedido de su hija, quedaron en el caserón.
Luego de un tiempo, Solange comenzó a decir que por las noches se escuchaba penar un alma en la enorme casona. Ante su insistencia meses después decidimos darles a las cenizas de Andrés sepultura en un lugar que el frecuentaba mucho, el parque frente a mi casa. Una noche tomamos la pequeña urna, la pusimos dentro de una bolsa y en una complicidad que me hizo recordar a esos días de corridas por el Lucio Meléndez, donde aun éramos "El Quijote" y "Sancho", nerviosas y agazapadas como si estuviéramos ocultando un cadáver, enterramos sus cenizas en un acto tragicómico y absurdo. Un broche de oro para la historia de una vida truncada tristemente absurda.Desde el ventanal de mi habitación hoy puedo ver el sitio donde enterramos sus cenizas. Me gusta imaginar que Andrés es acompañado por los jóvenes que (como él lo hacía) se reúnen en ese lugar.
Fue difícil admitir que la mayor parte de mi vida fue una verdadera mierda. Siento que con la adicción de Andrés y su debacle, sufrí la amputación de 32 años de mi vida. 32 años en que paulatinamente toda la precaria estructura familiar nuclear que mi mente había creado, a la que idolatraba y me aferraba para no caer, se desintegró. No hubo ni ser humano ni Dios que nos rescatara de este desastre...Las drogas matan. Aniquilan sin piedad cada vínculo y las miserias humanas salen a flote como hediondos soretes cubriéndolo todo. Y cuando esto sucede ya no hay marcha atrás. Sin dudas en este viacrucis no hubo marcha atrás...
Luego, solo quedó la locura y la desidia a la que arrastre a la familia que forme, esposo e hijos.
Aun así, hoy día conservo algunos buenos recuerdos de mi pasado, pequeños fragmentos de esa realidad paralela, vivencias rebuscadas de las familias para sobrevivir entre los despojos de una realidad de mierda.Hoy ya puedo vivir con ello sin que duela demasiado.
No sé si la vida es un aprendizaje, pero luego de cuatro años de su muerte ya no juzgo a nadie. Pude comprender que las personas enfrentamos un mismo drama de diferentes formas y con diferentes actitudes de defensas, las mías nunca se accionaron. Me inmole sin reservas. Quizás porque a pesar del monstruo en que se transformo Andrés con su adicción, hasta el último día pude seguir encontrando en esos bellos ojos pardos a mi hermano, y él lo supo. Es posible que por eso también él se aferró a mí.
Hoy tengo un presente apacible con migo y con las otras. Estamos en paz. Ya no luchan por tener el control. Al menos no por ahora.
Fin.A la memoria de Andrés A. García.
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En Terapia
RandomEn terapia es un relato basado en una historia real. María, una mujer de 48 años, entra en una crisis depresiva, tras la grave enfermedad de su hermano y decide hacer terapia. Es en terapia que descubre que ah vivido en una mentira toda su vida... ...