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Estoy confundida, no se qué pensar ni qué decir al respecto. Ruggero fue señalado como asesino hace años. Y ahora mismo, muchas cosas cuadraban para mí.

Ahora entiendo por qué Isaac dijo que Ruggero no sabía amar. Le han arrebatado todo en la vida. Absolutamente todo.

Ellos estaban esperando un hijo, y él al parecer estaba más que emocionado. Sus ilusiones se rompieron. Y eso duele.

Ahora más que nunca se que nada será real para Ruggero. Ahora se que él nunca va a tomarse en serio algo. No puede porque para él no existe ninguna otra mujer que no sea Candelaria Molfese.

Ruggero Pasquarelli no volvería a amar nunca más. Y yo no sé cómo sentirme ante ello.

Aturdida guardé todas las cosas en su lugar y dejé el cofre en dónde minutos atrás había estado antes de salir. Necesitaba aire, tanta información me había perforado la mente.

Mordí mí labio inferior ignorando todas las miradas. Y tras apretar el botón del ascensor unas cinco veces, subí a este. Me sentía mal, relativamente mal.

Al llegar a la cafetería pedí una botella de agua helada y me senté en la mesa más alejada. ¿Qué hago ahora?

Quiero llamar a Ruggero y preguntarle respecto a esto, pero no puedo. Si lo hago, todo entre nosotros se va a joder, es algo obvio.

Además, a nadie le gustaría enterarse de que alguien más ha descubierto tu absurdo pasado. A mí no me gustaría, y se que mucho menos a él.

Cuando mí teléfono vibró me sobresalté mirando la pantalla. Y al comprobar que era Isaac, solo rasqué mí nuca confundida. ¿Qué hago?

Se bien que ese chico quiere coquetear conmigo, y no me disgusta en realidad. Pero en el fondo siento que le debo lealtad a Ruggero.

Ya lo sé, soy un poco estúpida.

Rechacé la llamada y masajeé mí cuello estresada. ¿Debería llamar a Ruggero? Quiero llamar a Ruggero.

Busqué su contacto esperando que pueda contestarme. Y tras tres timbres, él finalmente contestó.

Amore! —sonreí jugando con mis manos— ¿Qué sucede?

—So... solo —respiré profundo— Solo quería saber cómo estás, es que... Es que te extraño mucho.

Su pequeña risita me hizo titubear y cuando creí que fui estúpida al decir eso, él habló con esa ronca voz que tanto amaba.

—Yo también te extraño, mí amor. Pero espero que estés bien, y que te estés cuidando mucho, ya no quiero tener que enviarte de vuelta a casa —bromeó y yo reí— ¿Te sientes bien?

—Si, Ruggero. Muy bien —aseguré— Pero, me gustaría que respondas algo siendo sincero.

—Claro, dime.

—¿Por qué me dices, mí amor?

—Ah bueno, pues... No lo sé, es algo así como exclusividad. No somos novios pero me aseguro de que seas para mí —enarqué una ceja— Oh espera, eso sonó muy posesivo.

—Demasiado —admití— Pero de cualquier modo es extraño. Tú y yo ni siquiera hemos tenido sexo.

—Lo se, pero no es algo que yo pueda controlar. Me gustas mucho, físicamente eres la mujer que más me atrae y no puedo ni pienso hacer nada al respecto.

Mordí mí labio inferior evitando decir algo fuera de lugar y asentí.  Bueno. No me siento bien sabiendo que soy solamente una atracción física para él

Lo escuché hablar sin parar durante los cinco siguientes minutos. Y cuando mí botella de agua quedó vacía, me dispuse a volver sin colgar la llamada.

Volví a la oficina asegurándome de que la señora Pasquarelli no haya llegado aún. Y cuando entré, el teléfono resbaló de mis manos.

Su sonrisa soncarrona me hace morder mí labio inferior mientras me contengo para no lanzarme sobre él. ¿Acaso el idiota con el que estoy hablando por teléfono es el mismo que está sentado detrás del escritorio?

Oh por Dios, ¿Que se supone que hace aquí?

Ciao, amore! —reí llevando mis manos a mí rostro— ¿Qué pasa? ¿No puedes creerlo?

—Idiota —mascullé tomando mí teléfono— ¿Que haces aquí?

—Mi padre —se limitó a decir poniéndose de pie— ¿No vas a saludarme?

Incrédula caminé hacia él y planté un pico en sus labios antes de tomar su mano. Me gustaba tenerlo aquí, pero el solo mirar sus ojos hace que aquellas palabras se filtren en mí mente.

Ruggero Pasquarelli un asesino.

El corporativo Pasquarelli envuelto en acciones ilícitas.

—¿Estás bien? —asentí quitando su mano de mí rostro— Karol...

—No puedo creer que no me dijiste —mordí su mentón— Hueles bien.

Su risa me hace saber que he dicho algo estúpido. Y cuando pienso decir algo al respecto, sus labios tocan mí cuello y jadeó cuando muerde levemente mí piel.

Mis manos se aferran a sus hombros y las suyas van a parar a mí cintura acariciando levemente mí espalda. Vaya, de pronto mis pensamientos han cambiado centrándose en sus labios, sus besos y sus exquisitas mordidas.

Cuando me toma de los muslos llevándome hacia el escritorio jadeo siendo consciente de lo que necesito. Ya está, estoy completamente dispuesta a todo. Soy feliz, completamente feliz.

—¿Sabes una cosa? —murmura sobre mis labios y niego— Ni toda la atracción del mundo, Karol. Hará que te permita tocar mis cosas.

Cuando se aleja de mí de golpe lo miro confundida y él camina hacia el cofre lanzandolo al piso. Este se detiene justo a mis pies y sin poder creer lo que él hace levanta la mirada.

¿Como es que él...?

—Si, ya se lo que piensas —me tomó del mentón obligándome a mirarlo— Y créeme, no te gustará saber la realidad detrás. Así que bajale dos rayitas a tu curiosidad. Estás jugando con fuego, Karol. Y si te quemas, las heridas van a doler.

¿Pero qué mierda?

1| El verde de sus ojos; Tristes Miradas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora