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Mis piernas tiemblan como respuesta a su acercamiento tan íntimo. Y cuando pienso que ya no tengo escapatoria, alguien a sus espaldas termina aclarándose la garganta para llamar la atención.

Por sobre su hombro puedo notar que se trata de Cecilia, y, tras suspirar irritada, retrocedí pegándome por completo al gran ventanal. Es una lástima que mí tiempo haya sido desperdiciado de este modo.

Ruggero solo maldice por lo bajo y se apresura a tomar mí mano para enfrentarla. Nos ha frenado cuando estábamos a punto de exponernos a lo que queríamos hacer y eso no me agrada nada.

—¿Qué se te ofrece, Cecilia? —preguntó él entrelazando nuestros dedos—

Aquella acción hizo que mí mirada se centrara en nuestra unión y sonreí inevitablemente. Nuestras manos encajaban perfectamente, y esa unión me gustaba.

Sin querer soltarlo, miré a la pelinegra frente a nosotros y ella carraspeó. Al parecer no tiene una explicación del por qué nos interrumpió.

—Estoy cansada, querido. Y quiero avisarte que voy a tomar una habitación prestada —explicó apretando sus manos en puños—

—Adelante entonces. Sabes que puedes ocupar la que quieras.

—¿La que yo quiera, Ruggero?

Esa coqueta sonrisa no me agradaba para nada, y como respuesta ello solo pude apretar mis labios para ni decir nada fuera de lugar. Soy consiente de que Ruggero puede hacer lo que le plazca en su casa.

Pero, sin duda alguna, va a molestarme bastante saber que prefiere tener sexo con cualquier mujer en vez de atender a su invitada que en este caso soy yo. Lo sé, es un poco absurdo, pero es lo que yo siento.

—La que tú quieras —afirmó él— Y su me disculpas, llevaré a mí novia a mí habitación para que descanse.

Mirándome sonrió con complicidad y tiró de mí mano llevándome hacia las escaleras, y, en silencio caminamos hacia la tercera planta. En esta, solamente habían un par de puertas, y fue la del fondo la que abrió.

Ante mí apareció una habitación normal, nada extraordinario a decir verdad. Y mientras él desabrochaba su camisa, yo recorrí todo con la mirada.

La tenue luz de la fiesta se colaba por la gran ventana, misma que daba acceso a una linda terraza. Se notaba que Pasquarelli era sofisticado, todo está perfectamente ordenado.

Y el aroma que se percibe es delirante. Ya quisiera yo tener esa habilidad de tener todo ordenado.

—¿Que esperas? —preguntó llamando mí atención—

—¿Para qué? —hablé confundida—

—Para desnudarte —reí— Habló en serio.

Mí sonrisa se quedó a medio camino, y mientras él desabrochaba su cinturón, jadeé asustada. Admito que el alcohol me pasó factura, pero no quiero hacer esto.

Me di media vuelta cuando se deshizo de sus pantalones, y entonces, decidida grité;

—¡Vístete y déjame dormir!

—Para empezar, es mí habitación —comenzó a decir— Segundo, yo también quiero dormir. Y tercero, ¡Muero por acostarme así que desnúdate, busca algo en el armario con lo que te sientas cómoda y hasta mañana.

Sin comprender obedecí a sus palabras y caminé hasta el que suponía era el armario. Esa segunda habitación según yo.

Al abrir un de las mini puertas comprobé que habían más camisas juntas de las que he visto en mí vida. Así que desinteresada elegí la del color más bonito.

1| El verde de sus ojos; Tristes Miradas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora