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Quise comprender por qué el señor Pasquarelli me citó a las diez si Pasquale iba a pasar por mí amiga a las ocho. Pero ahora entiendo el por qué. Ese pequeño detalle.

El muy idiota vino a aparecer a las nueve y media disculpándose torpemente y jurando que había tenido un problema con el auto. Todo parte de su plan supongo yo. Porque sinceramente, nadie tarda tanto.

En fin, dejarla ir fue difícil, no quise ni siquiera ver cómo él la besaba tiernamente en la mano. Era estúpido.

Y, sintiéndome atormentada con eso, preferí tomarme mí tiempo alistándome. Eran ya las nueve y cincuenta y yo seguía planchando mí cabello de lo más tranquila frente al espejo.

Mí maquillaje estaba listo, era algo casi indescriptible en comparación a los otros días. Hoy solo me había decidido por un delineado sencillo. Un labial vino y algo de rubor en mis mejillas.

Mí vestido es color pastel, elegante pero nada exagerado. O bueno, algo elegante. Pues no se a donde vamos, y prefiero estar acorde a la elegancia que el jefe siempre desborda.

Tengo claro que es una cita falsa, así que no espero flores, chocolates o algún detalle. Lo único que anhelo es poder rescatar a mí amiga de las garras de su jefe.

Algo no muy sencillo según el señor Pasquarelli. Es por eso que estoy asustada. ¿Se nota? Si, por supuesto que se nota.

A las nueve y cincuenta y cinco, el timbre de casa es tocado, y, confundida, tengo que dejar la plancha en su lugar y bajar prácticamente corriendo.

Debido a los tacones se me hace difícil llegar tan rápido como quisiera. Por eso, al abrir la puerta, la cara de molestia de mí jefe es evidente.

Y cuando me ve, suspira profundo antes de hablar.

—¿Nos vamos?

Sonriendo de lado niego y me abro un poco para dejar ver mí aspecto. ¿Cómo que ya nos vamos si yo apenas me estoy alistando?

—Quítate eso, ponte algo más... Largo —sugirió mirándome de pies a cabeza—

—¿Perdón?

—No iremos a ningún lado si vas vestida así. Es un vestido muy corto, y el escote es muy revelador.

Molesta me crucé de brazos y esperé pacientemente a que dijera algo más. Pero el parecía decidido a llevarme la contraria.

Pobre imbécil.

Juro que voy a matarlo.

—Señor Pasquarelli, es una cita falsa —recordé y él río— No tiene que elegir mí vestimenta, esa va por mí cuenta.

—Bien, no iremos.

Sorprendida jadeé cuando se alejó y comenzó a caminar hacia la salida. Y, doblegando mí orgullo, bufé.

No le veo el problema a mí vestimenta, pero para darle el gusto, voy a llevar un abrigo.

Tampoco pienso cambiarme, él no le dan órdenes fuera del trabajo. Aún no.

—Bien, llevaré un abrigo —accedí y él volteó sonriendo—

—¿Realmente no sabes a dónde vamos?

Negué confundida y él suspiró antes de mirar su reloj. Se veía ansioso.

Y se supone que la que necesita el favor soy yo, no él.

—Mira, solo toma tu cartera y vámonos —ordenó señalando el auto—

A regañadientes asentí y corrí hacia la habitación en busca de mí cartera y el abrigo. Y luego de haber desconectado la plancha, me miré al espejo.

1| El verde de sus ojos; Tristes Miradas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora