dieciséis.

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— Pues me gusta la sopa.— comentó el castaño mientras volvía a meter una generosa cucharada de sopa en su boca. Ten asintió satisfecho, pues prácticamente él había hecho la sopa. Está bien, en realidad era sopa de sobre, tan solo le había añadido los fideos. Pero lo había hecho bien.

— ¿Quién?— cuestionó DongHyuck, arrugando la nariz adorablemente ante las curiosas miradas contrarias.

— No. Nada de quién, dije que la sopa me gusta.— explicó el adulto.

— No, que quién te preguntó.

Ten rompió en carcajadas, casi tirando el vaso de agua que sostenía entre sus manos. La cara de Mark era todo un cuadro, como si no pudiese creer lo que escuchaba. DongHyuck sonrió divertido. Era tan fácil engañar a los viejos.

— DongHyuck, quiero que sepas que te amo.— dijo el pelinegro tras unos segundos, cuando su estridente risa comenzaba a calmarse.— Quédate a vivir aquí, podemos mandar a Mark a vivir a una residencia.

— Oh, ¡hyung, eso sería maravilloso!— exclamó DongHyuck. Ambos muchachos rieron, mientras el castaño los observaba como si se tratase  de dos monos verdes. Decir que estaba shockeado era quedarse corto.

— Eres muy infantilón.— comentó Ten con una sonrisa ladina. Bebió de su agua.— ¿Cuántos años decías que tienes?

— Diecisiete.

El pelinegro se atragantó con su saliva, o eso fue lo que dijo cuando se excusó tras haber tosido durante unos largos —e incómodos— segundos.

— Vaya, eres muy... joven.

— Gracias.— contestó DongHyuck. Sus regordetas mejillas se colorearon en pocos segundos. A ambos adultos les pareció adorable.

— No era un halago.— contestó Mark. DongHyuck frunció el ceño ligeramente.

— ¿Era un insulto?

— No necesariamente.— se apresuró a responder el pelinegro.— Solo me sorprendió.— explicó. Miró a Mark. Éste último aparto la mirada, avergonzado. Quizás no le había contado a Ten la verdad del todo.

— De todas formas,— comenzó el pelinaranja— queda poco para mi cumpleaños.

— Oh.— murmuró Ten.

—Oh.— murmuró Mark.

Ambos hombres se miraron entre ellos, y Ten sonrió. Era como si él supiese algo que DongHyuck desconocía. Eso no lo gustaba. Pero le gustaba el pelinegro, así que optó por no quejarse y contuvo sus ganas de preguntar.

— ¿Cuándo es tu cumpleaños, nene?— cuestionó Ten. La perfecta sonrisa del muchacho brilló ante los ojos del menor.

— El seis de junio.— respondió. Tomó una cucharada de sopa mientras el docente boqueaba sorprendido.

— ¡Pero si aún queda más de medio año!— reclamó. DongHyuck se encogió de hombros y sonrió. Ten volvió a reír. El pelinaranja se estaba muriendo de curiosidad por saber por qué ese hombre se reía tanto, ¿era por su cara?, ¿por su pelo?

— Hyuck, ven cuando quieras, ¿vale? Eres la persona más divertida que ha pisado esta casa, lo juro. No más que yo, pero...

.  .  .

— Profe.— medio habló, medio chilló, el pelinaranja cuando entró en la oficina de su profesor favorito. Cerró la puerta dándole un golpe con la cadera.— Vengo a declararme.

— ¿Culpable?— contestó el castaño, aún centrado en escribir algo en un montón de papeles.

— Hoy está gracioso, ¿se cree payaso?

Mark bufó, sin poder contener una pequeña sonrisa.— Dime qué quieres.

— Muchas cosas, pero en este momento, vengo a declarar mi amor por usted.

— Ya estamos de nuevo.— suspiró el docente. El aire que salió de sus labios al resoplar hizo que un mechón de su pelo se balanceara sobre su frente.

— ¡No me está tomando en serio!— chilló el menor. Corrió hacía el profesor, y se colocó a un lado de su silla, espectante a que el adulto lo mirara.— Yo voy muy en serio, Señor.

Mark le dirigió la mirada al fin.

— Te escucho.— dijo derrotado.

En realidad, el hombre estaba esperando la típica declaración moñas que el chiquillo hacía cada semana. Nunca faltaba. Incluso a veces se le declaraba dos veces por semana. No es que Mark Lee fuese cruel, ni mucho menos. Pero definitivamente las llamadas "declaraciones" de DongHyuck eran palabrejas sin sentido que acababan con "profe, es usted el mejor profe del mundo y me lo comería a besos" entre otras palabras mimosas que, si no fuera porque provenían de los labios de DongHyuck, el profesor no habría soportado.

Y era porque se trataba de DongHyuck. El chiquillo había calado hondo en el corazón del adulto, y se había hecho un huequito en él. Pero quién podía culparlo, cualquiera sería débil ante la dulce cara del menor y esos pequeños lunares que adornaban su rostro y brazos, e inclusive más.

Mark no se atrevería a decir aquello en alto, mucho menos frente al de piel morena. Y le resultaba curioso que el pequeño pudiese expresarlo con tal libertad frente a él. Le hacía sentir una cómoda calidez en su pecho, que parecía cada día extenderse más y más. Temía acabar abrasado por aquella sensación cada vez que veía a DongHyuck sonreír.

Aquel calor que inundó su pecho cuando escuchó las pesadas palabras salir de los rosados labios contrarios:

— Profe, lo amo. De verdad.

Y Mark sabía, su cabeza se lo gritaba, que aquello no era cierto. Que era uno de esos comentarios que el muchacho soltaba sin pensar. Y no quería admitir que le dolió. Aún cuando los pequeños ojos del chiquillo parecían decir la verdad. Aún cuando las sonrojadas mejillas contrarias brillaron bajo la tenue luz del despacho. Aún cuando los dedos del niño temblaban de  nerviosismo.

Él no creía en las palabras de DongHyuck.

.   .   .

YukHei habría jurado, que a eso de las doce del mediodía, vio a su mejor amigo de toda la vida salir despavorido del despacho de algún profesor. Creyó ver lágrimas, relucientes como perlas, caer de sus ojos.

kiss the teacher ;;ᴍᴀʀᴋʜʏᴜᴄᴋDonde viven las historias. Descúbrelo ahora