doce.

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DongHyuck se quedó quieto, sentado en la silla y con sus pequeñas manos entrelazadas sobre el pupitre. Había visto a sus compañeros de salir del aula de detención tan rápido que habían parecido un espejismo. No le apenó que apenas repararan en cómo él no se había movido de su sitio o lo hubieran esperado.

El docente carraspeó, tratando de cortar aquel fino hilo que pendía entre ellos, creando una fría tensión. DongHyuck habló antes de que el hombre pudiese siquiera abrir la boca.— No estoy de humor para hablar.

— Yo tampoco, pero no me gusta esta situación.— dijo levantándose de la silla y acercándose a la mesa del alumno.— Me incomodas, para ser honesto.

— Es lo que pretendo, profe.— contestó burlón, con una sonrisa tan falsa y al mismo tiempo tristemente bonita. Como la de un anuncio de dentífrico.

El hombre no contestó a la burla del menor, tan solo aguardó a que el muchacho le prestase atención, distrayéndose mientras tanto paseando por la sala.

— Habla ya, me estoy desesperando.— bufó el pelinaranja, dando un fuerte pisotón en el suelo como un crío enrabietado.

— Para eso necesito que me escuches, niño.

— ¡No me llames niño!

— Entonces no te comportes como tal.— puntualizó. DongHyuck enmudeció ante la gruesa voz del adulto. Observó los oscuros ojos negros del mayor en cuanto hicieron contacto; sus largas pestañas enredándose entre sí, fruto de tener los ojos ligeramente entrecerrados. El docente apartó velozmente la mirada, pero el muchacho logró encontrar la muda súplica de silencio.

— He estado meditando.— comenzó a hablar Mark. Se acercó a la espalda del pelinaranja, y reposó una de sus grandes manos sobre el caído hombro del chico. DongHyuck mordió su labio inferior.— Y estoy dispuesto a escuchar tu propuesta.

— ¿Habla en serio?— susurró DongHyuck, sin atreverse a girar la cabeza y encontrarse de lleno con la mirada fija del otro. El castaño observaba la nuca del muchacho con gran insistencia.

— Hablo en serio.— susurró, poniéndole los pelos de punta al menor, que trató de tapar inútilmente la sonrisa ladina que amenazaba con adornar su rostro.

Entonces DongHyuck se giró sobre la silla, y aún con la pesada mano sobre su hombro, observó los brillantes ojos del adulto. Un pesado suspiro escapó de los más profundo de su pecho al ver cómo este lo miraba.

DongHyuck se atrevió a estirar su brazo, agarrando así la negra camisa del castaño, estirándola hacia abajo y arrugandola con sus gráciles manos. Mark comprendió la súplica del menor, y se agachó lentamente, apartando su mano del delicado hombro y colocando ambas manos sobre la mesa frente al muchacho.

Cuando lo tuvo suficientemente cerca, DongHyuck hundió su rostro en el cuello del alto, cargando sus pulmones del dulzón olor a brisa marina y café. Una rara mezcla de perfumes que lo fascinó. Besó tímidamente el cuello ajeno.

— Debes comprenderlo, Hyuck, que esto está mal. No puedo tomarlo a la ligera.— explicó despacio, mientras DongHyuck se adelantaba a repartir un par de besos más sobre la fina piel del cuello del hombre. Mark susurró palabras incomprensibles a oídos del menor.

— Lo comprendo. Pero usted también tiene que comprender que yo no quiero pensar, solo hacer.— susurró contra la ferviente piel. Se alejó de esta y apoyó su cabeza y brillante cabellera sobre el hombro del castaño. Se miraron en silencio, el espacio solo ocupado por la boba risilla del pelinaranja.

— Hay que hablarlo...

— ¿Sí?— murmuró DongHyuck arrimándose a los carnosos labios contrarios, casi tan cerca que podía saborear la respiración ajena.

El castaño posó su dedo pulgar sobre la pequeña boca. Los rosados labios en forma de corazón se fruncieron, contrariados por el acto del mayor.— Quiero hablar, Hyuck.

DongHyuck frunció el ceño.

— ¿Ahora?— murmuró, todavía con el dedo sobre sus labios. Se encontró sin respuesta.

Mark tenía la vista puesta sobre la boca del menor, sus dedos presionados ligeramente sobre el rosado de los pequeños labios era una imagen capaz de quitarle todo el oxígeno de sus pulmones. Poco a poco deslizó su dedo hacia abajo hasta tan solo tocar el labio inferior, más carnoso aún que el superior. DongHyuck dejó huir un cantarín suspiro.

— Señor...

Mark  apartó su dedo rápidamente, asustado por lo que por un fugaz momento había pensado sobre el muchacho y su sonriente boca. Dejó caer, de nuevo, su mano sobre la mesa.

DongHyuck pasó su lengua sobre su labio, allí donde hacía apenas unos segundos el dedo había reposado. Ahora sus labios, al igual que sus ojillos, brillaban. El joven se levantó de la silla, y se sentó sobre la mesa, junto a las perfectas manos del otro, y apartó la silla hacia un lado y quedando frente al docente, sin ningún obstáculo entre ellos más que el espacio.

Lentamente, la grácil mano del pelinaranja bajó hasta tocar una de las manos contrarias que reposaban sobre la mesa. Mark se tensó ante el tacto.

Entonces Mark se arrimó al pequeño cuerpo del alumno, que apenas tardó en agarrar con su otra mano el fuerte cuerpo del castaño. La mano libre del joven profesor cambió también su rumbo, y se dejó reposar sobre la espalda baja del muchacho.

— Hablemos después, porfi.— susurró juguetón, cerrando poco a poco sus ojos hasta que sus largas pesatañas casi rozaron la piel de su rostro. Mark juntó su respingona nariz junto a la caliente mejilla del chiquillo, notando como esta se contraía cuando DongHyuck sonrió triunfante, sabiendo que había ganado aquella batalla.— Béseme.

Mark no lo pensó demasiado, no como debería haberlo hecho, y dejó que su boca chocase con la contraria, los labios entreabiertos del chico recibiéndolo felizmente, desprendiendo un satisfecho suspiro que heló la sangre del mayor.

DongHyuck apretó sus torneados muslos contra las caderas del mayor, mientras sus labios se movían lentamente y su mano, aquella que reposaba sobre el cálido dorso de la mano de Mark, se entrelazaba con los largos dedos que tanto tiempo había anhelado tocar.

El simple acto de besarse, aquel que uno había deseado tantas veces y que tanto le costaba al otro, los había sumergido en una burbuja irrompible, tan solo haciéndolos capaces de escuchar los sollozos del menor y el húmedo sonido de las bocas al chocar.

No escucharon el fino toque sobre la puerta.

— Hyuck, ya decía yo que no estabas, vamos a perder el bus pedazo de mier—







kiss the teacher ;;ᴍᴀʀᴋʜʏᴜᴄᴋDonde viven las historias. Descúbrelo ahora