Ocho

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Draco

Suspiré cansado, estaba casi viendo estrellas de tanto estar soldando las pequeñas piezas. Dos semanas trabajando con la niña y apenas íbamos a la mitad de su loco proyecto, era claro que deseaba hacer su Tablet casi indestructible como los antiguos Nokia.

— ¿Qué dices! — La escuché exclamar mientras usaba su teléfono y daba vueltas por el Laboratorio — Me niego, papá. Jamás una cita a ciegas, antes prefiero comer babosas. ¿Acaso la muerte de mamá te secó el cerebro? ... ¡ME IMPORTA UN DEMONIO QUE SEA EL HIJO DE UN PRESIDENTE O DE UN REY, YO NO ME VENDO Y MUCHO MENOS ME ALQUILO! — Guardó silencio unos instantes. — ¿Zabini? Menos, jamás me vas a vender a un marido, antes pienso en enrollarme con ... — Noté su mirada sobre mí — Un loco acosador... Me importa un rábano, NO NECESITO TU HERENCIA, NO TE NECESITO... YO PUEDO SOLA, PAPÁ.

Lanzó el teléfono contra la pared y pareció arrepentirse segundos después, ya que fue a recogerlo, trajo los pedazos a la mesa en la que estaba soldando.

— Siento que haya escuchado eso — Se disculpó a la vez que secaba una lágrima traicionera que resbalaba por sus mejillas.

— No se preocupe, señorita Granger. — Traté de consolarla con palabras. — Los padres a veces un poco duros.

— El mío en especial, hace lo que mi abuelo le obligó a hacer. — Ella se sentó en una silla — ¿Cree que pueda escucharme unos segundos? A veces es bueno platicar para calmarse. — Tocó su pecho — Duele mucho a pesar de que no hay una herida.

Tomé asiento frente a ella— Dígame, ¿qué es lo que la tiene tan frustrada?

— El matrimonio, no quiero casarme nunca, pero soy la única heredera directa de las empresas Granger. — Entrelazó sus manos sobre su vientre — Las normas dicen que para heredarla debo casarme, mi papá lo cumplió al desposar a mi madre que era cinco años mayor que él, por lo que sé, fue una medida desesperada ya que mi padre se estaba quedando en la calle. Ahora me condena a mí de esa manera. — Trató de respirar calmada — No creo en el amor, vi como se destruyó el matrimonio de mis padres.

Asentí. — Estamos de acuerdo, casarse es un martirio.

— Lo sé, no podría estar sometida a un marido. — Suspiró y se llevó la mano a la mejilla, pude observar su cuello, aquel lunar seguía coqueteándome, pero al menos esta vez ella se puso algo que no era escotado y no me perdí. — Técnicamente tengo tiempo hasta los 23 años para casarme, pero no hay nadie que pueda enloquecerme. Soy muy racional en cuanto al romance.

— Entiendo, ¿Tiene a alguien a parte de su padre?

— Mis primos gemelos, mi amiga. — Sonrió lentamente — Ellos tres son los únicos han estado conmigo desde que puedo recordar, y antes de casarme prefiero aceptar la herencia de mi madre. — Sus ojos ámbar centellearon. — ¡Eso haré! ¡Aceptaré la fortuna Bellerose! —Rápidamente se puso en pie— necesito llamar a mi abogado y... — Miró su teléfono hecho trizas.

Le presté el mío, hizo sus llamadas y tras media hora me lo regresó. Se despidió rápidamente y huyó tras darme un rápido abrazo que no esperaba. Era una niña rara, tuve que recoger los objetos de su proyecto.

— ¿Así que estás saliendo con una estudiante? — Fue la pregunta a mis espaldas. — Sabes que no está permitido.

— ¿Acaso estás celosa, Astoria? — Continué ordenando sin girar a verla. — Mi error fue salir con una colega.

— No lo estoy, me gusta velar por el bienestar de mis estudiantes — Se acercó a mí — Y es mejor detectar a un profesor desvergonzado para arrojarlo a la calle.

— Entonces serás la primera en salir por las puertas de Hogwarts con las manos esposadas — Me encogí de hombros — No creas que no sé qué te acostaste con un pobre muchacho de casi 18 años.

— ¡Tú no sabes nada! — Se exasperó.

— Nadie está dispuesto a tolerar una falta tuya, ¿te has preguntado por qué fuiste relegada por nuestros colegas? — Inquirí, tomé mi maletín y mi saco para retirarme.

— Todos son unos ineptos, creen las mentiras de un niño — Me miró con desesperación — amor, yo no hice nada... Yo...

— Yo no soy tu amor, no soy nada tuyo, Astoria. — Pasé junto a ella evitando tocarla. — Acéptalo

Mi Maestro ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora