Encontrar el salón que pertenecía al consejero de los reyes y de medio Universo, no fue difícil para Emilia. Esa era apenas la segunda vez que visitaba su hogar, pero la peliplateada se paseaba por el Palacio cómo si lo hubiese hecho toda la vida.
Todo estaba tal cómo lo recordaba. La brisa marina filtrándose a tráves del enorme ventanal, llenando el ambiente de frescura y... vida. El brillante sol iluminando cada rincón de la habitación, resaltando cada detalle grabado en los muros y mobiliario. Una sonrisa instantánea apareció en el rostro de Emilia cuando rodeó la mesa de madera, todo parecía incluso más hermoso que antes.
Se cruzó de brazos y se recargó contra el muro a sus espaldas, sin dejar de mirar el extenso mar. Se estaba tan bien ahí, que por un instante olvidó que todo era producto de su imaginación o quiso olvidarlo. Deseaba más tiempo, más tiempo con sus padres y más tiempo para descubrirse a si misma, sin embargo, no podía darse ese lujo y lo sabía.
Necesitaba encontrar a Anthos, pero antes incluso de que pudiese plantearse la idea de recorrer cada rincón de Vulkän hasta encontrarlo, el aludido apareció en el umbral de la puerta.
A cualquiera le hubiese desconcertado encontrar a una desconocida hurgando en su oficina, o habría pegado un grito del susto, pero no él.
Emilia sintió un escalofrío recorriéndola de pies a cabeza cuando sus ojos conectaron con los suyos esmeraldas. La miraba con tanta intensidad, cómo si pudiese ver a tráves de ella.
-Tienes la belleza de tu madre y la fuerza de tu padre - fue lo primero que dijo y Emilia pronto sintió cómo una la herida en su corazón se hacía más grande - Estarían muy orgullosos de ti.
Ella sonrió para sus adentros. Resultaba curiosa la forma en la que funcionaba el amor, hacia apenas unos días que sabía de la existencia de Verena y Cathán y ahora su subconsciente no dejaba de recordárselos.
-Gracias, pero no... - se le quebró la voz y en ese momento se obligó a parar. No quería llorar, así que tomó un respiro profundo y se aclaró la garganta un par de veces - no pude salvarlos.
-Nadie podía hacerlo - Anthos le dedicó una sonrisa conciliadora y ella no tuvo que preguntarse si estaba mintiendo o no, la voz de Wanda sonó cómo un eco dentro de su cabeza, recitando las palabras: Él te dirá lo que quieras escuchar - todos tarde o temprano nos encontramos con nuestro destino, por eso estás aquí ¿A que sí?
-Yo forjo mi propio detino - corrigió Emilia - por eso estoy aquí. Porque se me ha dado algo que yo jamás pedí.
-La Gema.
La platinada asintió - Soy consciente de la magnitud de su poder, créeme. Lo he visto desde el otro lado. Perdí a mis padres, a ambos, no pienso perder nada más - declaró, firmemente.
-No puedes deshacerte de ella, Kenna.
-Emilia - la aludida cerró los ojos con fuerza. Cada vez que escuchaba ese nombre sentía una rabia inmensa, hacia si misma, hacia el universo y hacia el injusto destino que no le permitió ser la hija de sus padres - mi nombre es Emilia.