Capítulo 23.

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Edward.

La oscuridad que emana mi habitación es profunda, el silencio es aterrador y la calma me asusta. Mis dedos juegan con los botones finales desabrochados de mi camisa. Ha sido imposible levantarme de este sillón, sólo miro hacia la nada y al concentrarme en la realidad todo vuelve a mi mente abruptamente haciendo que me quiebre.

Tan sólo recordar en la manera que me comporté frente a Elizabeth me hace quedar en duda, no sé porque mostré mi debilidad pero sobre todo no sé porque tuve confianza en ella, mis palabras salieron por si solas y mi cuerpo se movía de igual forma, es cómo si yo hubiera encontrado un lugar en dónde refugiarme. Lo peor es que apenas la conozco y ella me ha brindado apoyo a pesar de que no nos conocimos en buenas circunstancias.

—Alteza, la princesa Defne está aquí —informa Robert susurrando desde la puerta de la habitación.

No doy respuestas y sólo me mantengo centrado en mis pensamientos.

—De todas maneras la haré pasar —añade.

No soy capaz de responder porque en realidad siento que mis palabras no salen, que sólo las tengo en mi mente y son incapaces de salir.

—Edward —habla ella susurrando.

El silencio es lo único que abraza el lugar, no me siento bien y no deseo responder, no quiero soltar ninguna palabra y lo único que deseo es hundirme en esta oscuridad sin tener que soportar la lastima de todos.

—Tal vez no esperabas verme, pero decidí venir ¿por qué no salimos al jardín? —no respondo—. Edward di algo tan siquiera —ruega al ver que no pienso pronunciar ninguna palabra.

—¿Qué quieres que diga? —menciono y veo cómo dibuja una sonrisa.

—¿Deseas que corra las cortinas? puedo hacerlo —informa acercándose a la ventana.

—¡No! —espeto como si mi vida dependiera de las malditas cortinas.

—Está bien, sí no quieres no voy a hacerlo.

Suspiro y me tranquilizo, no entiendo por qué me cuesta tanto aferrarme a la realidad, pareciera que yo estoy muerto, aunque prácticamente así es. Quiero hundirme en mi soledad, en mi oscuridad y en realidad no espero que una luz venga y me ilumine con su esplendor, sólo quiero estar conmigo mismo, entender por qué de repente la debilidad y la cobardía me ha acorralado en una habitación en donde parece que el tiempo se ha detenido, en donde quiere hacerme entender que sólo existimos nosotros dos: la soledad y yo, nadie más.

—Edward, deberías salir de esta habitación, no es sano que te encierres —masculla tomándome de las manos mientras toma asiento en un sillón a mi lado.

—No puedo, Defne —susurro sin mirarla y alejando mis manos de ella.

—No todo el tiempo estarás en este lugar, debes ser fuerte por el reino, por tu gente.

La observo—Tú no entiendes —añado empezando a sentir ira—, no entiendes y nadie lo hace.

—Créeme que lo hago —asegura volviendo a tomar mis manos—. Perdí a mis padres cuando yo apenas era una niña pequeña, casi no los recuerdo y mi abuela se ha encargado de borrar cada uno de los pocos recuerdos que había vivido con ellos, yo no tengo nada de mis padres, Edward —masculla con cierto dolor—, en cambio tú tienes todo esto, tu madre vivirá por siempre en tu corazón y la mantendrás viva en tus recuerdos, cuando recuerdes las cosas que viviste a su lado harás que vuelva a la vida —agrega empezando a dibujar una pequeña sonrisa.

No respondo porque siento que si digo algo me quebraré en llanto y eso es lo que menos deseo, ciertamente necesito un gran abrazo y necesito dejar salir las lágrimas, pero no puedo hacerlo con Defne aquí, no puedo dejar que sea ella quien vea mi debilidad y por una extraña razón no sé por qué. Soy consciente de que ella es diferente y no es igual a su abuela, sé que no sería capaz de juzgarme, pero sinceramente no quiero mostrar lo débil y vulnerable que soy ahora, no frente a ella.

Verdades liberadas [Fragmentados #1] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora