Capítulo 22.

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Edward.

Oscuridad. Todo lo que me cubre ahora es oscuridad.

No hay nada más que pueda sentir más que en mi dolor. Desde temprano he permanecido refugiado en mi habitación, mi vista sigue intacta en la retrato de mi madre, las doncellas habían venido a arreglar mi recámara, pero luego de que les ordenara salir ellas no han vuelto y en realidad agradezco eso. No sé lo que sucede afuera, no sé lo que pasará conmigo y mucho menos sé cómo continuar yo solo.

A esta hora de la tarde mi madre estuviera dando su discurso que con tanto esmero lo había preparado. Aún no me siento bien para enfrentarme a la cruel realidad, cada vez que pienso en mi madre, las lágrimas recorren mis mejillas y es imposible no llorar cuando me han quitado lo más valioso que tenía en mi vida.

—Alteza disculpe pero el canciller...

— ¡¿Qué no entienden que no quiero ver a nadie?! —grito sin dejar que Robert termine su oración.

No quiero ni debo ver a nadie en estos momentos, ni siquiera sé cómo voy a vivir de ahora en adelante, sé que le prometí a mi madre ser fuerte pero ahora no sé ni por dónde empezar, todo se me cayó encima de repente y sin imaginarlo y... es muy difícil lidiar con todo esto.

—Está bien alteza, pero sólo quiero pedirle que tan siquiera pruebe bocado —pide Robert.

Lo miro con furia— ¡¿Qué parte de que no quiero nada no entienden?! ¡quiero estar sólo! —grito una vez más mientras me levanto del sillón y tiro las cosas que estaban sobre una mesita.

Robert sale de la habitación sin hacer ruido, mi respiración empieza a agitarse y el dolor vuelve de nuevo.

La noche cae y como si el cielo estuviera acompañándome en mi dolor, se torna nublado y gotas de lluvia empiezan a caer y la ventana es golpeada a causa de estas.

Me siento tan mal y tan vacío así como el palacio está ahora, vacío sin la presencia de mi madre.  La necesito y sin ella no sé qué hacer, es mi madre y daría todo por devolverle la vida, pero entiendo que es imposible, ella ya está tres metros bajo tierra y aunque yo la espere por siempre ella nunca volverá.

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No sé en qué momento quedé dormido, pero amanecí en el sillón frente a la ventana. Me posiciono frente al espejo y veo unas grandes ojeras debajo de mis ojos, mi rostro se ve cansado y desanimado, mi habitación está oscura y siento que le falta color.

Salgo de la alcoba  y me dirijo a la oficina la cual era de mi madre, a esta hora ella estuviese sentada frente a su escritorio con los papeles en la mano.

No puedo sentirme bien, cada segundo que pasa es un tormento para mí, me siento incompleto sin mi madre, quiero hacer algo, pero no sé cómo, no sé qué es lo que voy a hacer. Todos estos muros y pilares que sostienen el palacio me hacen sentir tan pequeño y tan indefenso, la buena vibra de esta oficina se ha ido y sólo ha quedado los libros y documentos que mi madre ha dejado.

—Alteza —irrumpe Robert en la oficina—, alguien desea verlo —informa.

—No quiero ver a nadie, dile que se retire —ordeno mirando por la ventana.

—Sería descortés no recibirla, se trata de la princesa Defne, alteza —confiesa él.

Suspiro y creo que Robert tiene razón, sería descortés no recibirla.

—Entonces hazla pasar —pido y él asiente.

Después de unos instantes, Defne aparece con su rostro melancólico, sé la razón por la que ha venido y siendo sincero no quiero la lástima de nadie, menos de ella.

Verdades liberadas [Fragmentados #1] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora