Capítulo 20.

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La mañana es fría y nublada, la gente va y viene sin importar si dentro de poco empezará a llover, parece que todo aquí es tranquilo y no hay ninguna preocupación, aunque para mí, todo es destrucción.

Exactamente han pasado un par de semanas desde que mis hermanos y yo pisamos este lugar, no todo está bien entre nosotros, Anthony evita cualquier pregunta que mis hermanos pequeños cuestionan durante el día, parece que intenta ocultarles todo el peligro que nos asecha.

Extraño tanto estar con mi madre, a pesar de que estemos alejadas en el palacio, pero aun así sé que estaré con ella y la seguridad de que todo está bien me haría dormir en paz. Ahora no hay ni una noche en que pueda pegar el ojo con tranquilidad. Duermo por unas horas y luego despierto con horribles pesadillas que me hacen sudar tal vez del miedo, no hay ni una noche en que no sueñe con que nos encontrarán y nos harán pedazos, pensar eso me pone paranoica y hace que mis temores crezcan cada día más.

—¿No extrañas estar en casa? —inquiero una vez que mi hermano ha tomado asiento a un lado de la banca del jardín.

—No sabes cuánto, sé que pronto acabará todo esto.

—Quiero creer que sí.

—No sólo lo creas, tenlo por seguro.

Lo observo de reojo—Mi madre y mi abuela deberían de estar aquí y no allá.

Él se encoje de hombros—Y yo debería estar frente a Crinstetmonf y no aquí, no sabes cuánto me pesa cada noche —se lamenta con tristeza.

—¿Por qué tenemos que vivir todo esto?

Él me observa y luego toma mi mano en busca de reconfortarme—El hombre siempre buscará mucho más poder, acabará con todo lo que crea que es un obstáculo para él y no descansará hasta tener lo que tanto desea.

—Buscan poder y a cambio de eso generan desastres —respondo—. La monarquía debería dejar de existir.

Fijo mi mirada hacia el frente, pronto un carruaje poco elegante se estaciona frente a la casa, de él sale la reina Esther y, al vernos ponernos de pie no duda en sonreír.

Anthony va a su búsqueda y cuando la tiene frente a él, toma su mano y deposita un beso sobre ella.

—Bienvenida ¿nadie la siguió? —inquiere mirando hacia la dirección en donde el carruaje vino.

—No, a mitad del camino cambié de carruaje y dudo que alguien nos haya visto, tomamos el camino del bosque y nadie pasa por ahí, pues el lodo es terrible —explica la monarca de Aramintonk.

Ella camina hacia mí en cuanto se da cuenta de que la estoy observando, desvío mi mirada y espero a que ella esté frente a frente.

—Elizabeth.

—Su Majestad —cuando intento hacer una reverencia, ella me toma suavemente del brazo y sonríe.

—Querida mía —coloca sus manos sobre mi mejilla y delicadamente deposita un beso sobre mi frente—. Serás mi hija después de todo, no es necesario formalidades cuando no estamos en medio del ojo público —sus palabras golpean algo dentro de mí porque lo dice con una dulzura que no puedo explicar—. Déjame a solas con tu hermana, Anthony —él asiente y luego de hacer una reverencia, entra a la casa.

La reina me toma del brazo y ambas nos sentamos sobre la banca.

—¿Aún siguen con la loca idea de querer que Edward y yo nos casemos? —indago bajando la mirada.

—Elena cree que es lo mejor para ti.

—¿Y usted? —interrogo tomando el atrevimiento de mirarla a los ojos.

Verdades liberadas [Fragmentados #1] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora