Introducción. La bruja del bosque.

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«Colgué del árbol azotado por los vientos, cuyas raíces desconocen los sabios; atravesado por la lanza, durante nueve largas noches, me ofrezco a Odín; yo ofrecido a mí mismo. No me dieron pan ni cuerno para beber; contemplé las profundidades: gritando con fuerte voz tomé las runas y luego, al fin, caí».

Hávamál [2].

Durante varias noches a Eyra el nerviosismo le carcomía el cuerpo y el cerebro. Lo peor era que un profundo olor a azufre acompañaba a estas vívidas sensaciones, que anticipaban la visión que pronto tendría... Y que le advertiría de alguna pesadilla que se aproximaba.

     No sería el Ragnarok[2], pero por la magnitud de la desazón sí podría significar el fin de los daneses. O incluso la desaparición del Midgard[3], pues fuerzas oscuras más poderosas que Loki se aliaban para pervertir el destino de los hombres y de las mujeres.

     Faltaba poco para que se reuniesen en la casa del jarl[4] Harald a comer, pero giró en la dirección contraria. Le resultaba inevitable ir al bosque, ninguna bruja podía mantenerse apartada de él. El aroma a savia mezclado con el olor de las gotas del río la impulsaba hacia adelante.

     Al principio el largo vestido fucsia con hilos del oro más puro se le enganchaba en los tréboles rojos y en los brezos. Sin embargo, a medida que se adentraba para llegar al —el espacio sagrado donde realizaría el ritual—, las plantas se sustituían por frondosos robles, avellanos, sauces y abedules.

     No demoró mucho en arribar. Se emocionó —una vez más— al rozar la corteza rugosa del fresno mágico, pues se decía que había nacido de una semilla del Iggdrasil, el árbol de poderosas ramas y de fuertes raíces que mantenía unidos con fuerza los nueve mundos del universo. A continuación dejó la varita de hierro —símbolo de su condición brujesca— al costado y desató las tiras de cuero de la capa azul adornada con zafiros, con topacios y con cianitas de tono similar a la tela. La capucha era azabache porque la habían forrado por dentro y por fuera con las suaves pieles de varios gatos negros.

     Efectuó un círculo protector. Y, orientada hacia el norte, se hincó en el centro sin importarle que varias piedras se le incrustaran en las rodillas como si fuesen filosos clavos. Se quitó la cajita broche que le colgaba del cinturón y la abrió. Dentro había maquillaje blanco de plomo. Con él se untó la cara hasta parecer un fantasma. Al realizar esta acción los brazaletes y los colgantes de oro y de plata tintinearon y manifestaron una contradictoria alegría.

La médium del periódico #5. Las runas malditas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora