7. La Cruzada de Alejandría.

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«Sé sincero en todas las ocasiones, con los otros y contigo mismo»

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«Sé sincero en todas las ocasiones, con los otros y contigo mismo».

Quinta de las nueve virtudes de los vikingos[1].

La prioridad en estos momentos es encontrar a mis compañeros de viaje porque, ¿y si están en peligro? Con todo el dolor del alma le echo un último vistazo al faro, que desde el ángulo en el que me encuentro ahora noto que se halla en los últimos estertores y próximo a la muerte. La garganta se me cierra por la tristeza, pues siento que del mismo modo se ha deteriorado la relación entre el mafioso y yo desde que dejamos de guiarnos por su luz protectora en el Antiguo Egipto. ¡Qué desastre!

     Las lágrimas me riegan las mejillas sin que las controle al observar que la zona de Los Palacios ha desaparecido y que solo queda alguna ruina dispersa. ¡¿Existe algo que pueda ir peor hoy?! Pese a la desazón, como historiadora esto me indica que los terremotos y que los tsunamis ya han ocurrido. Y que, por tanto, la mayor parte de la vieja Alejandría que yo amaba con pasión se encuentra bajo las aguas amarronadas y fétidas del puerto. Así que efectúo un rápido cálculo mental y me digo que me sitúo alrededor del año mil trescientos y en el Sultanato Mameluco de Egipto[2]. ¿Qué quedará? Quizá poco más de un siglo para que el sultán Qaitbey emplee los bloques de las ruinas de mi querido faro al construir el fuerte. ¡Es como si me apuñalasen el corazón! Escondo el rostro entre los brazos porque los sollozos me parten en dos mitades que tiran de mí en sentidos opuestos. Añadido a este despliegue de emociones inoportunas, el mareo provoca que trastabille como un pichón recién nacido y que a punto esté de caerme.

     Confirmo mis sospechas al entrar en la ciudad y apreciar que la perfecta cuadrícula reluciente y perfumada se ha expandido. Se ha enredado igual que si varios caminos de hormigas descuidadas se hubiesen entrecruzado. Y huele a pimienta, a canela, a nardo, a cardamomo, a ajo, a cebolla y a vinagre mezclado con el hedor a pescado podrido y a excremento animal y humano. Han sustituido las túnicas griegas que solíamos utilizar por camisas y por pantalones abullonados en los hombres y por caftanes para las mujeres. Estas utilizan una especie de niqab  o de chador  que les cubre el rostro y solo les expone los ojos. Y, por supuesto, van acompañadas. Me resulta doloroso comprobar cómo la libertad de la que gozaban las egipcias se ha ido al garete.

     Cuando me recupero camino un par de pasos y robo de la vivienda precaria más próxima una capa gris y me envuelvo con ella. Si no lo hago pronto me detendrán. Llevo puestas una malla ajustada y una camiseta que me deja los brazos y parte de los pechos al descubierto, ambas en negro.

     Respiro hondo. Aplaco las náuseas y zigzagueo por estas callejuelas diseñadas dentro de un manicomio. Hora y media después y de regreso en el puerto occidental, me convenzo de que mis compañeros no se hallan aquí. Y temo haber pasado algún detalle por alto cuando los buscaba.

     Pero otro problema aparece en el horizonte. Numerosos barcos de guerra se acercan. A medida que se aproximan distingo las banderas y los estandartes del Reino de Chipre, de la República de Venecia y de los Caballeros Hospitalarios. Reflexiono que el nueve de octubre de mil trescientos sesenta y cinco el ejército comandado por Pedro I —rey de Chipre— durante tres interminables días saqueó la ciudad con la excusa de llevar a cabo la Cruzada de Alejandría y de prevenir un posible ataque egipcio. La motivación, en realidad, era la misma que de ordinario, apropiarse de las riquezas. Y desmontar el puerto para eliminarlo como competencia y que el suyo fuese el líder en la zona.

La médium del periódico #5. Las runas malditas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora