1. Dibujando con las nubes.

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«Sé audaz y valeroso

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«Sé audaz y valeroso. Lucha por tus convicciones».

Primera de las nueve virtudes de los vikingos[*].

Me siento omnipotente, quizá porque me encuentro en la isla de Tintagel y pegada a las ruinas del castillo que le da el nombre. He desconectado el móvil y elegido este lugar con la finalidad de practicar en solitario mis poderes. Se trata de un lugar propicio para la magia. Los antiguos creían que Cornualles era la encantada Finisterre —el extremo más occidental de Britannia y el fin o el comienzo del mundo— y hoy muchos piensan que aquí se situaba la famosa Camelot del rey Arturo.

—¡Vamos, Danielle, tú puedes! —me animo en voz alta, en las últimas fechas necesito infundirme más energía de la habitual.

     Respiro hondo la brisa perfumada a salitre y me concentro en los recuerdos que me generan rabia. ¿Y qué mejor sistema que rumiar acerca de la cobardía actual, que me lleva a esconderme de todos, y en los errores del ayer? Porque sí, hay que asumirlo, estoy embarazada de mi exnovio. El cuarto hijo, en realidad, si contamos a los trillizos que él hizo nacer a través de una madre de alquiler después de haberme robado los óvulos. Aprieto El Corazón de Danielle, el costoso collar que él me regaló.

     Noto que se forman unos diminutos nubarrones negros por encima de los sólidos acantilados de granito, que se yerguen casi ochenta metros sobre el océano. ¡Excelente, el método funciona! Me hallaba segura de que sería apto, pues esta traición fue el motivo de nuestra ruptura. Sé que era demasiado esperar que mi expareja tuviese principios siendo el capo de una mafia. ¡Ilusa de mí! Suelo preguntarme muchas veces si nuestras diferencias se deben a esto o a que él es belga y yo británica.

     Pero el destino es caprichoso y nos trasladó al Antiguo Egipto. Y allí retomamos nuestra relación con más ímpetu que antes. Ni siquiera me importó que estuviese casada con Nathan, a quien también quiero. Observo ahora cómo las nubes oscuras crecen. Y, así, descubro que los remordimientos constituyen otro disparador de este don.

—¡Y cuando conseguimos regresar del pasado mi mafioso me abandonó! —grito, desesperada, y el sonido de la voz retumba entre las ruinas de la fortaleza que en el siglo XIII Richard de Cornualles hizo construir para apropiarse de la fama artúrica.

     Un viento huracanado con aroma a algas surge de la nada. Y olas gigantescas engullen la cueva de Merlín y las cascadas de agua dulce adornadas con musgo, que se esconden en el interior, y cuya entrada se sitúa en la pequeña playa. La blusa me zigzaguea igual que una cometa disparada al cielo. Y debo plantar con fuerza las piernas en la tierra para no volar hacia el vacío. Respiro hondo y me tranquilizo, solo falta que me despeñe para acabar mal el día. He debido de elegir otro momento vital porque el de la espalda del delincuente cuando se alejaba con nuestros hijos es una pesadilla recurrente que me enfada y que me causa tormento.

     Sé que él me ama y que se trata del primer gesto generoso que ha tenido con mi marido, circunstancia de la que debería sentirme orgullosa porque en parte ha sido obra mía. Pero el dolor del corazón es colosal y caigo sobre el suelo y me pongo a llorar por culpa de mis hormonas desbocadas. ¡Odio esta sensiblería, es impropia de mí! ¡¿Qué pensaría Operaciones, mi jefe de la Inteligencia Británica, si me viese así?! Como mínimo me echaría del servicio activo y dejaría de ser agente de campo.

La médium del periódico #5. Las runas malditas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora