«Cohorte siniestra, falange fatal, hueste cruel».
Extracto sobre los vikingos[*].
Todavía se hallaba oscuro cuando los langskibs entraron en la ensenada. Cortaban el agua —apresurados— como si oliesen los aromas de los hogares de los tripulantes. Nathan, para evitar que lo descubriesen, esperó unos minutos montado sobre el gran blanco. En el instante en el que los vikingos saltaron de las embarcaciones, se tiró al agua y nadó estilo mariposa hacia la orilla.
Observó, escondido, cómo se pasaban con cuidado a los bebés y escuchó al gigante Olaf mientras se quejaba de que había trabajado como niñero a tiempo completo. Le sorprendió que luego, entristecido, le hiciera adiós a Liz como si no se pudiese alejar de ella. Percibió que despotricar era el medio utilizado para convencerse de que no la extrañaría. Los trillizos eran adictivos. ¡Si lo sabría él que jamás deseó tener hijos propios!
Vio cómo el jefe se las ingeniaba para cargarlos y que luego se alejaba por el camino de la izquierda. Consideró que era un buen momento para darle una paliza y recuperarlos. Pero cuando iba a dar un paso y enfrentarlo se detuvo al percatarse de un detalle crucial: de ganar no sabía cuál era la vía de escape más adecuada. Y, menos todavía, se sentía capaz de robar un langskib y pilotar en él. ¿Hacia qué punto cardinal se dirigiría? ¡Imposible saberlo!
En situación normal y en su época le costaba orientarse en la inmensidad del mar —se consideraba un negado como navegante—, pues era un amor que compartían Will y Dan y que no lo abarcaba a él. Y menos ahora que se guiaban por las estrellas, por el sol y por los puntos conocidos de la costa. Con la tormenta habían girado igual que trompos entre medio de las olas e ignoraba cómo habían conseguido los vikingos llegar a destino. Se imaginaba perdido en esa nada líquida —un poco salobre— con los pequeños. Sin comida y sin bebida, a la deriva entre ondas del tamaño de montañas como las de la madrugada... Y se estremecía de pánico. Al apreciar la silueta de la casa reconoció que —de momento— se hallaban más seguros con Egil, dado que este no planeaba hacerles daño.
Práctico, se decidió a efectuar un reconocimiento de la zona y explorar las opciones con las que contaba, antes de recuperar a los bebés. Por ejemplo, un detalle importante era que ignoraba cuántas personas había dentro de la vivienda. Sin embargo, dudó de su decisión y del buen juicio de Egil cuando este dejó a los trillizos al cuidado del hijo, que apenas era mayor que ellos.
¡¿Cuatro niños, solos, cuando apenas despuntaba el alba?! ¡Menos mal que se hallaba ahí! Casi interviene al oír que las niñas se peleaban por las atenciones de Bjørn, pero se detuvo en seco al constatar que Daniel había desaparecido. Corrió en varias direcciones, frenético, y nada. Al final, con el corazón en un puño, vio que daba pasos de marinero embriagado dentro de un establo colmado de potros de batalla. No hizo nada porque Egil se le adelantó. Le llamó la atención y dio un fuerte grito que despertó hasta a los fantasmas. Y a continuación se llevó dentro a los cuatro niños.
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La médium del periódico #5. Las runas malditas.
Fantasy🔞ATENCIÓN, ESTA HISTORIA ESTÁ CATALOGADA COMO MADURA. 🔞 PUEDES LEER ESTA OBRA SIN QUE HAYAS PASADO POR LA ANTERIOR. CADA AVENTURA DE LA SAGA ES AUTÓNOMA. LA NOVELA 1, THE VOICE OF LONDON, ES ÉXITO DE WATTPAD WEBTOON STUDIOS. El cometido prioritari...