19. El Kraken.

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«Una bestia de una milla y media de longitud, que si agarrara al buque de guerra más grande, lo arrastraría hasta el fondo»

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«Una bestia de una milla y media de longitud, que si agarrara al buque de guerra más grande, lo arrastraría hasta el fondo».

Historia natural de Noruega

obispo de Bergen, Erik Ludvigse Pontoppidan,

(1698-1764)[1].

La bestia marina tiene dos descomunales ojos a cada lado de la enorme cabeza, de modo tal que solo uno de ellos se enfoca en mí. Lo curioso es que, a pesar del monumental tamaño, sobresale del agua con absoluta facilidad. Por eso no me sorprende que siempre se la haya comparado con una isla flotante, aunque debido al hedor se diría que es una ballena azul en descomposición.

     Recuerdo las historias. Las de aquellos barcos que se hundían a consecuencia del remolino generado por el Kraken  al sumergirse este muy rápido en dirección al abismo. Y me estremezco al imaginar que nos vamos a pique detrás de él. Sin embargo, no forma parte de mi condición natural ser tan negativa y me convenzo de que los tiburones que van conmigo parecen bastante calmados. No necesito mirar hacia atrás para ser consciente del terror que se refleja en los rostros de mi mafioso, de Cleo y de Chris.

     Le pido al gran calamar:

—Vamos a rescatar a mi familia, ¡no nos detengas! —Mientras, el escualo que me sirve de montura gira con lentitud alrededor de él.

     Aprecio que posee ocho robustos brazos —cada uno del grosor de dos trompas de elefante— que se mueven con el vaivén de las ondas. Y los protege una superficie gelatinosa. Me quito los guantes y los coloco en un bolsillo exterior de la mochila. Sin querer rozo uno de los miembros del Kraken  con la mano. La textura es apretada, sin poros, musculosa, como si el bichejo se entrenase las veinticuatro horas del día en un gimnasio del fondo del mar.

     De improviso, lanza hacia mí los dos tentáculos. Dan la sensación de ser de chicle, pues se estiran a voluntad. No huelen mal, solo a salitre. Miden más de veinte metros de largo y cuentan por dentro con centenares de ventosas de cincuenta centímetros cada una, colmadas de dientes que se clavan en las víctimas para que no se escapen.

     Permanezco quieta sobre el tiburón. Serena, no vaya a ser que los movimientos me conviertan en una presa. Visualizo el pico que se esconde en el centro y me da repelús. Dudo que los humanos seamos su platillo favorito, pero tampoco deseo averiguarlo.

     El monstruo se limita a acariciarme el rostro y a lo largo del cuerpo, igual que los invidentes cuando analizan las facciones de una persona. Incluso se diría que el encuentro es de tipo social. Desde que sé que estoy embarazada me he convertido en una cobarde, por lo que me obligo a comportarme más osada y le paso la mano por los tentáculos. Comprendo, anonadada, que lo único que siente él es curiosidad.

—¿Nos permites pasar? —Me da la sensación de que le hablo a una esfinge de gigantesca cabeza, no me sorprendería si me respondiera con un acertijo—. No queremos alterar nada aquí, nuestro objetivo es ir a buscar a mis niños y a mi esposo.

La médium del periódico #5. Las runas malditas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora