5. Confucio y los portales del tiempo.

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«A los quince años, mi voluntad emprendió la Vía del estudio; a los treinta, estaba firmemente establecido en esta Vía; a los cuarenta, no tenía dudas; a los cincuenta, conocía la voluntad del Cielo; a los sesenta, mis oídos eran obedientes; y a l...

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«A los quince años, mi voluntad emprendió la Vía del estudio; a los treinta, estaba firmemente establecido en esta Vía; a los cuarenta, no tenía dudas; a los cincuenta, conocía la voluntad del Cielo; a los sesenta, mis oídos eran obedientes; y a los setenta pude seguir los anhelos de mi corazón sin transgredir los límites del comportamiento correcto y adecuado».

Las Analectas, Confucio

(551 a.C-479 a.C)[*].

Me concentro con fuerza y me convenzo de que conseguiré desplazarme en el tiempo. Después de varios días de absorber la teoría hoy me preparo para mi primera clase práctica.

—Recuerda de nuevo a Einstein, alumna —insiste Confucio con rostro serio—. El espacio y el tiempo son relativos y los portales están entrelazados. Te hemos otorgado la facultad de que, al conocer los secretos de este principio, puedas cumplir con tu misión e impedir que El Enemigo cuente con ventaja sobre ti para vencerte por vías retorcidas. ¡Ahora debes esforzarte al máximo!

     «¡Gracias por la presión!», pienso mientras contengo las náuseas. Intento relajarme y para ello visualizo la zona de Los Palacios de la antigua Alejandría. Poco a poco concreto y lleno la imaginación con la residencia de Cleopatra. Me desplazo por los pasillos repletos de escenas de la vida de los Ptolomeos, de dibujos geométricos y de representaciones de los mitos de los dioses griegos y de los egipcios.

     Rememoro el fresco del Olimpo. Y la estatua de Zeus que señala a Ra en la barca, mientras este lleva a Osiris después de que su hermano lo matara. El punto exacto donde se gira el panel que abre la puerta hacia el escondite donde nos reuníamos para complotar contra el Diablo. Sonrío al pensar que era nuestra Baticueva.

     Vuelvo a respirar hondo. Me hallo lista para regresar en mi desplazamiento de prueba, pues siento la necesidad de tranquilizar a los amigos que dejé allí. Supongo que después de la que hemos liado en el Antiguo Egipto no resulta la opción más oportuna, pero sí la más correcta.

     «¡Allá voy!», me motivo y bajo los párpados preparada para regresar al pasado a velocidad mental. Percibo cómo cada uno de mis átomos se desmaterializa sin que pierda la consistencia. Y cómo después adquiere la densidad habitual. Sé que me he equivocado porque el viento del norte no me acaricia la piel con su calidez. Ni huelo el perfume de las algas y de la arena que se mezclan con el aroma a rosas, a alhelíes blancos, a lirios, a papiros y a la transpiración de miles de personas.

     Abro los ojos. Veo que las piernas se me enredan en un roble y que me rodean hayas y alerces frondosos. Pero lo peor no es que he fracasado, sino que cuelgo boca abajo igual que la carta de Tarot Le pendu. O que un murciélago. Tuerzo el cuello —rígido por la posición como si tuviese bisagras oxidadas— y a lo lejos aparece la inconfundible silueta de Pembroke Manor. Me percato de que el corazón es el que me ha traído hasta aquí, pues amo esta propiedad.

La médium del periódico #5. Las runas malditas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora