16. ¿Trillizos o cuatrillizos?

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«La mejor carga que puede acarrear un hombre es su sentido común; la peor, el exceso de bebida »

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«La mejor carga que puede acarrear un hombre es su sentido común; la peor, el exceso de bebida ».

Hávamál[*].

—Tengo ganas de abrazarme a la tierra —admitió Olaf en dirección al resto—. Nunca pensé que el trayecto por mar sería tan duro para mí. ¡Menos mal que hemos llegado! Ahora solo huelo a caca y a pis de bebé. ¡Ni olfateo la sangre ni percibo el salitre!

     Todos se rieron. Algunos —los más temerarios— se burlaron. Argumentaban que pronto se embarazaría y se ofrecieron para ser padres de su próximo hijo. Egil, en cambio, le propinó una palmada comprensiva en el hombro.

—¡Siéntete honrado, amigo! —Vio cómo Liz le tiraba de la barba al berserker  como castigo por el tono utilizado en el anterior comentario—. La niña solo ha querido que la cuides tú. Seguro que aprecia que eres el que está más cerca de Odín.

—¡Me ha hecho hablar, hablar y hablar todo el maldito tiempo! Seguro que a estas alturas tengo a Odín sentado en el hombro. —Se notaba que no mentía, pues ojeras de agotamiento le lucían debajo de los ojos; tenía la espalda un tanto inclinada, como si cargara sobre ella a Jörmundgander, la serpiente Midgard hija de Loki que rodeaba el mundo y que se mordía la cola de tan larga que era—. Es un alivio dejártela a ti. —Le colocó a Liz en el brazo derecho, al lado de la hermana. En el izquierdo se las ingeniaba para sostener también a Daniel, más pesado que ellas.

     A Egil le resultaba curioso que se quejase de algo tan simple como el cuidado de un bebé dios y no de las olas descomunales que se habían ensañado con la embarcación durante el trayecto, de modo tal que parecía una diminuta cáscara de nuez en medio de las paredes de agua tan grandes que llegaban hasta Asgard. En las batallas que habían combatido desde que el difunto jarl  les había dado los brazaletes en la misma celebración, había sido testigo de cómo cientos de veces había recibido heridas que matarían o que tumbarían a cualquiera. Olaf ni siquiera había pestañado ni se había asustado por el aroma de las cataratas de sangre y solo había bromeado al advertir la preocupación de los compañeros. ¡¿Y ahora se agobiaba por una simple niña?!

     Se giró para curiosear. Casi larga una carcajada al constatar que le hacía adiós a la pequeña con los ojos anegados en lágrimas. ¡Era increíble, al fin le había encontrado una debilidad al berserker  gigantón! Seguro que protestaba porque sabía que la iba a extrañar. Tal vez al hallarse confinado con los pequeños había comprendido que la familia era tan o más importante que los trances en los que adquiría las habilidades de los osos. O que morder su escudo con furia y luego comportarse como la máquina perfecta para asesinar. Al entrar en estos estados todos evitaban ponérsele delante, no fuera que les ocurriese algún percance. Porque cuando se transformaba en un oso sediento de sangre no razonaba.

     Al llegar a casa, próxima a la ensenada donde dejaban los langskibs, se olvidó de Olaf enseguida. Bjørn —su hijo de tres años— estaba sentado en la entrada de espaldas a él y jugaba con Thor, uno de los perros. Contempló, orgulloso, la vivienda. Él la había levantado de la nada con la ayuda de un par de esclavos y de los mismos colegas que lo acompañaban en cada una de las incursiones. Compartían los momentos dichosos y los difíciles de la vida. Para la estructura principal habían talado frondosos robles, mientras que para las vigas y el entablado de los muros habían cortado algunos avellanos y unos cuantos sauces.

La médium del periódico #5. Las runas malditas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora