CAPÍTULO 8

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El ruido de puerta de la camioneta siendo cerrada de nuevo inundó mis oídos, obligándome a detenerme en medio de mi carrera contra el tornado que con el paso de los segundos se volvía cada vez más intimidante.

— ¡Mierda Adele! — chilló la rara detrás de mí, captando mi atención.

Negué enseguida, alzando en brazo señalando la última parte en donde le decía que volviera a la escuela.

— ¡Estás loca, no voy a dejar que vayas sola! — chilló asustada mientras señalaba el conjunto de nubes — ¡Si morimos te juro que te voy a perseguir por el resto de la eternidad y no te vas a salvar de mi! — gritó con fuerza, logrando que sus advertencias sonarán más allá que las corrientes del aire — ¡Carajo, estás loca! —

Cuando la rara se acercó a mí la empuje, de vuelta a la camioneta intentando que comprendiera de una vez por todas que no podía venir conmigo. Ella necesitaba regresar y yo haría mi intento patético de ir por su cerdo antes de volver.

— ¡Déjame en paz! — gruñó mientras me tomaba de las manos — ¡Es menos probable de que me pasé algo si llegamos a la casa, ahí hay un refugio! — gritó antes ver al cielo gris — ¡Y no voy a dejar Pancho solo, soy una madre responsable! —

Estaba segura de que fue el estrés que me provocaba cargar con la responsabilidad de la vida de la rara la que me hizo reír ante sus comentario.

¿En serio lo veía como un hijo?

Ella abrió los ojos a la par antes de sonreír como una boba, hasta que un nuevo estruendo en el cielo nos hiciera pegar un brinco a las dos y llamará nuestra atención trayéndonos de vuelta a la realidad.

— ¡Vamonos! — gritó cuando notó un par de policías acercarse hacia la carretera a unos metros de nosotras.

Asentí ignorando por completo las señas que nos hacían los hombres a lo lejos y me eché a correr con la rara a mi lado, sin apartar la mirada del tornado.

Estaba muerta del miedo, podía notarlo a través de sus ojos y estaba segura que de estar delante de un jurado sería arrastrada a la condena por haber arriesgado la vida de una menor de edad después de ser juzgada por el poco comportamiento adulto que tenía.

Pero no podía hacer nada más, ahora mismo ambos caminos representaban el mismo riesgo a morir. Y en mi cabeza no había tiempo para pensar en dejar de correr.

Deseaba apagar todo en paz y llevarme la vida de alguien inocente que había abandonado su lugar seguro arriesgando todo por algo a quien amaba más que su propia vida y que buscaba regresar con él no me traería aquello.

La rara me estaba condenando a volver a sobrevivir y ni siquiera lo sabía.

— ¡Mierda! — chilló cuando un nuevo estruendo en el cielo se hizo presente mientras bajábamos una pequeña montaña que formaba el pastizal antes de llegar a la avenida principal — ¡Mi casa esta por aquí! — gritó señalando una calle frente a nosotras antes de tenderme la mano cuando llegó la acera — ¡Vamos! —

Apenas sus dedos se cerraron sobre mi piel tiró de mí, haciéndome dar un par de traspiés que no la detuvieron de tirar de mí por la calle.

Estaba segura que de no ser por la adrenalina que hacía que mi corazón latiera de la manera en que hacía yo caería desplomada sobre la calle a causa del dolor que abrazaba mi espalda y mis pulmones que ardían por la falta de oxígeno.

La rara nos llevó hasta el otro extremo de la calle donde una casa demasiado elegante, pero decir que era un lugar seguro para pasar por un tornado era mucho; la mayor parte de ésta estaba cubierta por grandes ventanales que contrastaba con las zonas de madera y los detalles en gris. Era justamente la casa que te imaginabas cuando la rara te decía que su padre era el jefe de cirugía pediátrica, pero no un refugio.

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