CAPÍTULO 10

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— ¿Puedes al menos lucir un poco más servicial? — bufó Rita pasando a mi lado, tirando del viejo carrito con ruedas que estaba hasta el tope de latas de pinturas que habíamos conseguido que una tienda cerca del centro donará.

Negué enseguida sin mostrar ninguna pizca de interés a lo que ella pensará acerca de mí cara.

— ¡Eres fastidiosa! — chilló acelerando aún más sus pasos, apartándose de mi lado.

En realidad no estaba de mal humor.

Bueno, al menos no tanto como debería de estar tomando en cuenta que después de tres días teniendo a mi madre sentada a mi lado rezando mientras yo me retorcía por el dolor de las heridas que aún no sanaban por completo, ahora era obligada a acompañar a mi irritante hermana menor a un grupo de jóvenes de la iglesia que ayudaban a reparar los estragos que había dejado el tornado en algunas partes de la comunidad.

Deberían de dejar de fingir que sus vidas no estaban tan dañadas como la granja a las afueras de la ciudad que habíamos ido a visitar ayer, y enfocarse en salvar sus pellejos. Pero ellos querían seguir con la cabeza baja.

Mire a mi alrededor, notando la familiaridad extraña que me traían estas calles, había algo en el aire que me resultaba demasiado familiar como para haber pasado un año.

Aleje aquella pequeña sensación extraña y me enfoque en los restos que había dejado el tornado; era asombroso cómo algo que apenas duró unos minutos se había llevado tanto.

Pero no podía dejar de darle vueltas al asunto de que entre todos esos daños colaterales yo no figuraba en ningún lado.

Había estado nuevamente frente a frente ante la posibilidad de morir y aún mi vida no había mejorado mágicamente como decían todas aquellas personas en los documentales que mi madre me obligaba a ver durante horas intentando regresar las ganas de seguir adelante; aunque había fracasado, porque un año después aún estaba varada.

— Tienes suerte de no poder hacer ningún esfuerzo físico aún. — gruño Rita a unos metros de mí antes de parar unos segundos y volver a continuar con su travesía. — ¡Esta mierda pesa mucho! —

Asentí con indiferencia, ahogándome en las ganas que tenía de recordarle que asistir al grupo había sido meramente su idea al igual que ir por los comercios pidiendo donaciones.

Apenas giramos en la esquina las dudas que brillaban en el fondo de mi mente, acerca del por qué sentía que había estado en estas calles días atrás, se apagaron por completo.

Tenía que ser.

Reconocía aquellas calles por una historia completamente diferente a la que me imaginaba; eran el mismo conjunto de casas modernas en las que había estado escapando de un desastre natural acompañada de la rara días atrás.

No la había vuelto a ver desde aquel día, ni a ella y a sus padres; lo que era más un alivio que una tragedia. Después del tornado la asamblea de la escuela había decidido que se suspenderían clases por una semana debido a que la estructura de ésta había sufrido un par de daños y sería una lástima que todos muriéramos aplastados en medio de clases.

Rita había contado en medio de la cena días atrás que la rara había estado en el hospital porque se había fracturado la pierna antes de comenzar a soltar un resumen de todos los chismes que rodean a la chica de piel manchada, hasta que mi padre le pidió que se dejará de cosas. Aunque estaba segura de que mi madre terminó por sacarle todo cuando fueron a lavar los trastes, porque su alma chismosa y pecadora tiraba de ella a pesar de todo.

En realidad no me importaba nada que tuviera que ver con la rara, a excepción del hecho que mi mochila se había quedado en su camioneta con mi ensayo de historia que tenía que entregar en un par de días y había logrado que cada neurona viviente en mí se cuestionara acerca de volver intentar suicidarnos.

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