CAPÍTULO 4

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— Bien

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— Bien. — asintió la rara mientras veía mi habitación desde el umbral de la puerta, como si estuviera analizando cada centímetro — No dormiría aquí ni por un millón de diamantes pero no es para nada como me lo esperaba. —

¿Y qué se supone que debería de esperar? ¿Acaso esperaba ver letreros motivacionales que dijeran "La vida es mejor sin palabras"?

La rara pasó a mi lado antes de sentarse en el banco de la ventana, un regalo de mi padre cuando tenía seis años y seguía siendo su hijo favorita sobre todos mis hermanos e incluso sobrinos.

— Entonces, iniciaremos con las preguntas. — dijo mientras despegaba sus ojos de mis cortinas, las cuales había visto con el ceño fruncido al notar el tono rosa pálido.

Tomó su mochila a su lado antes de sacar una carpeta que era todo un vómito de stickers, no había ningún lugar sobre la cubierta que mostrará su color real solo frases, dibujos y todo tipo de cosas; incluso creí haber visto un par de flores secas.

— Primera pregunta, ¿cuál es tu color favorito?

Un suspiro cansado brotó de mis labios cuando me deje caer sobre la cama, esperando a que ella no se tomará la libertad de acercarse demasiado a mí. Y para mi suerte no lo hizo, solo se quedó en su lugar viendo fijamente las imágenes religiosas que colgaban en muro frente a nosotras con una mueca de terror.

Mi cuarto no era demasiado espectacular, me limitaba a tener lo esencial; una cama grande para poder dormir a pierna suelta — aunque últimamente era lo que menos hacía, pasaba las noches en vela buscando mis ganas de dormir hasta que era demasiado tarde y tenía que levantarme —, un armario de madera donde trataba de esconder toda la ropa que mi madre me compraba para poder seguir usando mis sudaderas y camisas largas, un escritorio donde apenas había un par de hojas y un espejo de cuerpo completo el cual era demasiado aburrido.

Ni siquiera estaba segura de que tan aburrido podía ser un espejo pero el mío lo era sin duda. Tal vez era porque tampoco tenía algo bueno que mostrar, solo el recuerdo de lo que alguna vez fui o el caparazón en el que me sentía atrapada.

Las cuatro paredes se encontraban pintadas de un rosa pálido, regalo de mi madre y en todas había algo religioso, fotos familiares o medallas que me recordaban quién debía de ser. En realidad todo aquí era en tonos blancos y rosados.

— ¿En serio duermes aquí? — masculló la rara mientras abrazaba sus piernas sobre su pecho, poniendo sus botas de lluvia sobre el sillón blanco que cubría el banco de madera — Es que yo no podría, me siento vigilada. —

Cerré los ojos un momento, intentando deshacerme de todo lo que había a mi alrededor. En específico ella, necesitaba fingir por un par de minutos que ella no estaba merodeando por mi cuarto aunque verla asustada resultaba bastante gracioso.

— ¿Cuál es tu comida favorita? — preguntó la rara después de un rato.

Al menos había sido algo.

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