Camila permanecía muy quita, sentada en la suite del hotel Waverly. Aún resonaba en sus oídos la risa del personal del hotel. Nunca antes se habían reído de ella. Tampoco era una experiencia que quisiera repetir.
El tren había resultado ser un vehículo sucio, atestado, lleno de soldados que insistían en tocarla. Cuando ella les dijo que no estaban autorizados a hacerlo, rieron estruendosamente.
A su llegada a Washington estaba tan agitada que se confundió con respecto a los valores monetarios. El mozo del cordel estuvo en un tris de besarle los pies ante el billete que recibió. El conductor del taxi, en cambio, se mostró grosero y le gritó por el enorme montón de maletas que llevaba.
En la recepción del hotel había una fila de gente esperando. Todos respondieron de modo muy desagradable cuando ella les indicó que se apartaran. También allí hubo comentarios abundantes sobre su equipaje.
Camila no tenía idea de que fuera necesario esperar en fila, pero pronto aprendió. Cuando llegó al escritorio estaba cansada e impaciente. Por desgracia, el empleado del hotel se sentía exactamente igual. Cuando ella dijo que necesitaba una suite, se le rió en la cara. Para empeorar su bochorno, dijo a todos cuantos esperaban atrás lo que ella pretendía y ellos rieron también.
Entonces recordó el consejo de la teniente Jauregui en cuanto a la conveniencia de mostrar unos verdes. Empujó su bolso hacia ese horrible hombrecito, pero con eso sólo consiguió hacerle reír aún más.
Para entonces, tras haber pasado la noche sin dormir, Camila se sentía bastante mal. Detestaba tanto Norteamérica como a los norteamericanos. No recordaba ni la mitad de lo que la teniente le había indicado. Además, su dominio del idioma ingles comenzaba a fallar. Sus palabras sonaban con acento extranjero.
Amanda Jauregui -logró pronunciar.
No comprendo -dijo el empleado. -¿Es usted alemana?
La muchedumbre, ante esas palabras, enmudeció y la miró con aire hostil. Mientras Camila repetía el nombre, entró otra persona.
Ese segundo hombre era el gerente del hotel. El nombre de Amanda Jauregui actuó como si fuera mágico. Él regañó al empleado, llamó a un muchacho con un chasquido de dedos, y en cuestión de minutos, pudo acompañar a Camila hasta un ascensor, entre abundantes disculpas por la poca educación del empleado. Según dijo, en tiempos de guerra era imposible conseguir el servicio adecuado.
Y ahora, a solas en el cuarto, Camila seguía desconcertada
¿Cómo se hacía para preparar un baño? El gerente le había indicado que tocara la campanilla si necesitaba algo, pero no había ningún cordón a la vista.
Alguien llamó a la puerta. Como Camila no contestara un hombre entró con su equipaje, cargado en un carrito. En cuanto las maletas estuvieron en el ropero, el hombre se quedó mirándola sin decir nada.
Puede retirarse -dijo ella.
El hombre la miró con una horrible mueca burlona y echo a andar hacía la puerta.
¡Un momento! Indicó ella tomando su bolso.
Por lo que hasta entonces había visto, los norteamericanos son capaces de cualquier cosa por esos billetes verdes. Además, cuantos más ceros tuvieran, más felices parecen. Sacó uno.
Necesito una doncella -dijo-¿Sabe usted de alguien que pueda ayudarme a vestirme, prepararme el baño y deshacer mis maletas?
El hombre dilató los ojos ante el billete de cien dólares.
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LA PRINCESA(ADAPTACIÒN CAMREN-G!p)
RomanceSe llamaba Camila Cabello. Es una bella y arrogante princesa de un pequeño reino europeo. Envuelta en una tormenta de intrigas, cerca de los cayos de Florida, se ve arrojada a la costa, a los brazos de la arrebatadora Lauren Jauregui, oficial de la...