Camila, sentada en un cubículo de vidrio en la oficina de policía, hacía lo posible por no prestar atención a quienes la miraban boquiabiertos, desde el otro lado de la mampara divisoria. Le habían traído un pesado jarrito blanco con algo que, según ellos, era té; por alguna razón inexplicable, pusieron la taza en un cenicero. Camila no pensaba probarlo.
Las últimas horas habían sido angustiosas: gente que la tocaba, que le gritaba y le hacía una y otra vez las mismas preguntas. Y no creía en sus respuestas.
Fue casi una alegría ver aparecer a la teniente Jauregui en la sala exterior. Apenas pudo echarle una mirada furiosa antes de que la rodeara la misma gente que momentos antes había estado interrogándola a gritos. Camila quiso ver cómo hacían los norteamericanos para entenderse con ese otro tipo de compatriotas.
El teniente repartió varios de esos papeles verdes, firmó algunos papeles blancos, siempre sin dejar de conversar con esas personas, sin que ella pudiera oír lo que decía. Ella habría podido hacer otro tanto, si sólo hubiera comprendido lo que deseaban. Probablemente fuera muy fácil aprender a comportarse como norteamericana.
La multitud abrió paso a la teniente Jauregui, que marchó hacia ella a grandes pasos.
Vamos -bramó, en cuanto hubo abierto la puerta.-Y no quiero oír una palabra. De lo contrario te dejo aquí.
Camila se aferró a la caja que contenía su camisón y salió del cubículo con la cabeza en alto.
Lauren no le dirigió la palabra en todo el trayecto hasta el hotel. Además, caminaba siempre delante de ella. Una vez dentro de la habitación se acercó al teléfono.
¿Servicio de comedor? -dijo.-Quiero que suban la cena a la Suite Presidencial. No, no tengo menú. Envíenme cena para
cuatro, cualquiera, y la mejor botella de vino que tenga en la bodega. Pero de prisa.
Camila lo miraba, atónita.
¿Podrías dejar de meterte en problemas por un rato? Sólo quiero una comida decente, dormir un rato, ducharme y nada más. Si me das un poco de tiempo, quizá pueda manejarme contigo y con el gobierno de este país.
Camila se ruborizó. Al parecer, Lauren pensaba cenar. Después de la cena la haría suya.
La doncella no ha regresado. Si quieres prepararme el baño, en un rato estaré lista -dijo con suavidad.
¿No sabes siquiera llenar una bañera? -se extrañó Lauren..- Ven y te enseñaré.
Ella le dedicó una sonrisa vacilante.
¿Las doncellas no preparan el baño a las esposas norteamericanas? Podríamos llamar al señor Catton para que nos proporcionara una.
Las esposas norteamericanas no tienen doncellas, tesoro. Y de ahora en adelante, tú tampoco. Te vestirás y bañaras sola. Más aún, voy a enseñarte a cuidar a una esposa.
Camila apartó el rostro para disimular sus rubores. Ella se mostraba algo ruda. Fue más ruda aún al enseñarle a templar el agua, pero ella aprendió. Cuando el servicio de comedor tocó la puerta, Lauren la dejó sola.
Camila pasó largo rato en la bañera, enjabonándose, mientras imaginaba lo que seguiría. La teniente Jauregui le anunció dos veces que se le estaba enfriando la comida, pero ella no se dio prisa.
No fue fácil vestirse sola, pero como el hermoso camisón se deslizaba por la cabeza, se las compuso. Llevaba varios minutos sin oír ruidos al otro lado de la puerta. Ella también se estaría preparando.
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LA PRINCESA(ADAPTACIÒN CAMREN-G!p)
Storie d'amoreSe llamaba Camila Cabello. Es una bella y arrogante princesa de un pequeño reino europeo. Envuelta en una tormenta de intrigas, cerca de los cayos de Florida, se ve arrojada a la costa, a los brazos de la arrebatadora Lauren Jauregui, oficial de la...