¡No, no, no! -estalló Lady Werta-. El es tu séptimo primo y el vigésimo octavo en el orden de sucesión.
Camila se mordió la lengua, con la esperanza de que el dolor le recordara guardar silencio. No había dormido en toda la noche en la carreta y sus sesiones de entrenamiento habían empezado a las seis de la mañana. Ya eran las cuatro de la tarde y estaba exhausta. Toda la mañana la habían obligado a ejercitar el modo de caminar. Al comienzo había fingido ser una norteamericana torpe y desgarbada que intentaba andar como una princesa, pero había llegado un momento en que el cansancio la había vencido y, para abreviar la situación, había empezado a moverse igual que cuando la habían coronado princesa.
Sin embargo, a Lady Werta no la había dejado satisfecha. Había declarado que estaba lejos de la exactitud; que el andar de la princesa Camila era muchísimo más real y distinguido que lo que ninguna persona podía llegar a imitar jamás, independientemente del esfuerzo que hiciera.
Por primera vez en su vida Camila se enfrentaba al prejuicio y decidió que, desde ese momento, no fingiría más; que sólo sería ella misma, porque sabía que para Lady Werta, jamás estaría a la altura de su princesa; siempre sería un fracaso. La dama de compañía le había mostrado fotografías de gente que no veía desde niña, identificándolos a todos y luego, mezclándolas, había pretendido que los recordara uno por uno. La había instruido interminablemente sobre los temas más triviales e incluso le había explicado cómo debía abordar el hecho de que supuestamente no entendía ni hablaba lanconíano.
Al mediodía, el camarero mayor del reino había entrado en la habitación.
¿Cómo va? -había preguntado en lanconiano.
Está bien, pero no tiene la personalidad de la princesa Camila. Le doy una taza de té y dice ¡gracias! Creo que si le sirviera en un jarro de lata, diría gracias igual. Nadie creerá que esta persona es la princesa Camila. Es demasiado agradable.
Camila se había sentido desconcertada con esa información.
¿Había sido siempre una persona molesta para todos?
Había mantenido una actitud paciente, pero al llegar la hora del té se hallaba francamente cansada y había aprovechado la ocasión para hacerlo saber.
¿De qué es esta vajilla? -había preguntado-. ¿Y estas flores en ella?
Date prisa y termina -había sido la respuesta desdeñosa de Lady Werta-. Así podemos continuar nuestras lecciones.
Estaban en la casa de campo del camarero mayor, un lugar tan espacioso y de tal grandiosidad que Camila se había prometido echar un vistazo a las finanzas del ministro, cuando todo se resolviera.
Quiero rosas en la vajilla a la hora del té. ¿No dijo usted que la princesa Camila las exigía siempre? Entonces, si he de ser ella, quiero mis rosas. Y también panecillos frescos. Estos parecen desechos de la comida de la servidumbre. ¿Me entiende? Quiero rosas y panecillos frescos y luego dormiré la siesta, Estoy agotada y deseo descansar.
Sí, Su Alteza Real -dijo Lady Werta, retirándose de la habitación.
Camila sonrió. Hacía bastante que no conseguía lo que quería con un estallido de mal carácter.
Recuperó el tiempo perdido. Durante las veinticuatro horas que siguieron llevó a Lady Werta de la nariz. No hubo nada de lo que no se quejara. En lo que hace a la comida, estaba fría, caliente o no le gustaba. Hubo que rehacer la ropa y el camarero mayor tuvo la osadía de encender un cigarrillo en su presencia.
Lo está haciendo mucho mejor, ¿no es cierto? -preguntó el camarero mayor en lanconiano.
Para decirlo de algún modo -dijo Lady Werta, apartándose de los ojos un mechón de cabello-, es casi tan arrogante como la verdadera princesa.
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LA PRINCESA(ADAPTACIÒN CAMREN-G!p)
RomanceSe llamaba Camila Cabello. Es una bella y arrogante princesa de un pequeño reino europeo. Envuelta en una tormenta de intrigas, cerca de los cayos de Florida, se ve arrojada a la costa, a los brazos de la arrebatadora Lauren Jauregui, oficial de la...