Capitulo 4

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CAMILA

Camila permaneció sentada donde estaba. Le dolían la cabeza, los pulmones, las piernas... Nada deseaba tanto como tenderse en la playa a llorar. Pero las princesas reales nunca lloran. Una princesa no debe mostrar a nadie sus sentimientos. Para el mundo exterior debe sonreír siempre, aun cuando sufra. Todo eso le había sido inculcado hasta formar parte de su carácter.

Una vez, siendo apenas una niñita, se había fracturado un brazo al caer de su pony. Aun cuando sólo tenía ocho años, no lloró. Apretándose el brazo contra el cuerpo, fue en busca de su madre. Ni el palafrenero ni la institutriz supieron cuánto sufría. Más tarde, después que le hubieron enyesado el brazo (dolorosa prueba que Camila soportó sin derramar una lágrima), su madre la felicitó.

Y ahora estaba en un país extranjero, después de haber pasado la noche luchando por sobrevivir. Y la mujer que la había rescatado se comportaba de una manera muy extraña. Echó un vistazo hacia la maraña de árboles, preguntándose cuándo volvería con el desayuno que le había prometido. Naturalmente, tendría que ponerse alguna ropa. Su madre le había dicho que jamás debía permitir a hombre alguno presentarse ante ella sin estar correctamente vestido, ya fuera ella su esposa, un sirviente o un nativo de alguna isla extranjera.

A pocos metros de distancia había una única palmera. Camila se levantó con esfuerzo y echó a andar en esa dirección. La cabeza le daba vueltas y tenía las piernas flojas por el esfuerzo, pero se irguió cuanto pudo y caminó. Nada de hombros encorvados ni de tropezones para quien llevara sangre real. Una princesa es siempre una princesa, como decía su madre, esté donde esté y se comporten los demás como se comporten. Debe seguir siendo princesa y dejar en claro su alcurnia, para que los otros no obtengan ventaja.

Ventaja, como esa mujer... ¡Las palabrotas que le había dicho! A fuerza de voluntad, evitó que el rubor le subiera a las mejillas. ¡Y cómo la había tocado! Nadie, en toda su vida, la había tocado de ese modo. ¿Acaso no comprendía que no se debe tocar a una princesa real?

Se sentó bajo la palmera, a la sombra. Habría querido apoyarse contra el tronco para descansar, pero no se atrevió. Probablemente se quedaría dormida. No era cuestión de que esa mujer la viera durmiendo cuando regresara con la comida.

Permaneció muy tiesa, contemplando el océano. Sin quererlo volvió a recordar los acontecimientos de las últimas veinticuatro horas.

La noche pasada había sido la peor de su vida; quizá la peor de cualquier vida. Tres días antes había partido de Lanconia, su país, por primera vez en su existencia. Sería huésped del gobierno norteamericano; mientras los funcionarios conversaban con sus ministros, Camila cumpliría una gira de compromisos oficiales. El rey, su abuelo, le había explicado que esa hospitalidad era sólo un esfuerzo para persuadirlo de que aceptara vender a los norteamericanos el vanadio de Lanconia. De cualquier modo, pensaba que ella podía sacar provecho de la experiencia.

Hubo una serie de largos y fatigosos viajes en tren; después, un avión militar, apresuradamente equipado con brocados y sillas antiguas; la cinta adhesiva que sostenía la tapicería se había desprendido en más de un lugar, pero Camila fingió no darse cuenta. Más adelante podría reírse del detalle con su hermana.

Los norteamericanos la trataban bien, aunque de una manera algo extraña. Ya se inclinaban ante ella, en reverencia, ya la tomaban del codo, recomendando: "Cuidado con el peldaño, querida."

Aterrizaron en un sitio llamado Miami, desde donde la condujeron inmediatamente a un pequeño avión que los llevaría al extremo sur del país: a Cayo West. Allí debería

recorrer la gran base naval para ver los barcos en reparación. Por desgracia, las dos semanas de su itinerario estaban llenas de visitas a bases navales, hospitales del ejército y almuerzos con gente de la sociedad. Habría deseado una tarde de equitación, pero al parecer no había tiempo. Su abuelo había dicho que los norteamericanos deseaban hacerle ver la importancia que tenía el vanadio para su pueblo; probablemente no pensaban que las diversiones con jóvenes apuestos resultaran de utilidad.

LA PRINCESA(ADAPTACIÒN CAMREN-G!p)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora