Capítulo 2.

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Las siete de la mañana y el dichoso teléfono no dejaba de sonar. Rodé por la cama hasta llegar a la mesilla y estirar la mano para alcanzar el teléfono. Aún con los ojos cerrados contesté.

-¿Quién se atreve a despertarme? -balbuceé.

-¿Quién va a ser? Te quiero en una hora en mi despacho.

-Cuando quise protestar ya oí los asquerosos pitidos que salen cuando una llamada termina, ¡me colgó! Tiré el teléfono al suelo y me revolví entre las sábanas.

Así es cómo comenzó mi odiosa mañana de lunes.

No se cómo, pero conseguí llegar a tiempo a la disquera. Mi representante es una persona de las más pesadas que he conocido, solía reunirme a esas horas para que hiciese algo productivo durante la mañana, o eso decia él.

Entré con unas enormes gafas de sol ocultando mis ojeras. Salude a la preciosa secretaría y subí a la oficina. Entré y vi como estaba sentado en su elegante silla de despacho mirando por la enorme cristalera.

-Llegas 5 minutos tarde Uckermann.

-¿Perdona? Si tú reloj va adelantado no es mi problema Pablito.

-Dejalo, no quiero entrar en tu juego. Tengo algo muy importante que decirte. -Giró su silla y se levanto hacia mí.

-Sorprendeme. -me deje caer en su sillón, como de costumbre.

Abrió la puerta y asomó su cabeza hacia fuera. Hizo un gesto como indicando a alguien que pasará y se volvió a sentar.

-¿A qué jueg... -antes de que acabará mi pregunta un ángel se me apareció.

-Bienvenida señorita Saviñon. -dijo educado.

-Muchas gracias Pablo, ¿me puedes decir ya de que se trata?

Era una chica hermosa, se distinguía del resto sobretodo por su alborotada melena rojiza. No vestía muy bien la verdad, llevaba una cinta en el pelo, unos vaqueros rasgados con terminación en forma de campana y una camiseta ajustada. Parecía no tener mucho dinero, no pintaba nada por ahí.

No me miró ni una sola vez desde que entró, algo raro en las chicas. Así que decidí dar yo el primer paso.

-Bueno, bueno Pablito, ¿no me vas a presentar a este bombón?

-dije mientras me levantaba. Giró su cabeza hacia mí y me echo una de esas miradas asesinas. No empezamos muy bien, la verdad.

-Soy Dulce María, y haga el favor de no hablar así de mí.

-Perdón señorita, pero es usted realmente bella.

Sonreí pícaro. Soltó un suspiro y se acercó a mi, tanto qué podía sentir su aliento. Podría jurar que unos simples 7 centímetros separaban su boca de la mía.

-Verá señor...

-Uckermann.

-Señor Uckermann, si está acostumbrado a tratar así a diario con las mujeres, debe saber que conmigo no le servirá de mucho.

Dicho esto se alejó para sentarse en frente de Pablo.

Extraña sensación.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora