Capítulo 32

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32| Pensamientos precipitados

Emma:

   La puerta cruje lentamente, y en esos segundos, mis pensamientos corren a la velocidad de la luz.

¿Quién será?

¿Severus?

¿Shadow?

¿Papi Connor?

¿Mami?

¿Dios?

La puerta se hace hacia atrás y lo primero que nos recibe es una luz cegadora. Los vampiros chillan mientras se cubren, igual que yo y Alex. Jo-der. Mi cabeza punza por un momento. Fue como ver al sol directamente y en pleno mediodía.

Luego de parpader y enfocar la vista, descubro quién está detrás de la tenebrosa puerta. Es...

Es...

¿Una ancianita?

Ah, ok.

—Oh... Yo esperaba algo más tenebroso... —comenta Alex, casi luciendo decepcionada.

—¡Ah, porque la mujer no es para nada tenebrosa! —exclama Zane sarcásticamente—. ¡Nah, por supuesto que no!

La señora lleva un largo vestido negro junto con pañuelo rodeándole la cabeza en forma de capucha. Es bajita, el picaporte le llega al nivel del pecho y la luz delinea su figura encorvada. En su rostro sus arrugas se fruncen en una expresión desconcertada y confundida, luce como si acabara de ver una vaca colgando del techo, tal como si no esperara vernos aquí. Nos echa una ojeada de pies a cabeza a mí, a Alex y se detiene en los vampiros, su mueca perdida cambiando a una de entendimiento.

—Ustedes... —arrastra, entrecerrando los ojos, adquiriendo un aura inesperadamente enojada cuando aprieta el picaporte y aprieta su puño.

Alex y yo compartimos una mirada, y luego la deslizamos hacia los vampiros. ¿Ella los conoce? ¿De dónde?

—¿Qué onda, Rosita? —le salude Zen, relajándose. Lo hace con tanta naturalidad que hace que mi sospecha sobre que se conocen aumente—. ¿Cómo la trata la vida? ¿Todo bien? Y, por cierto, ¿qué hace aquí?

—Y yo que pensaba que ya estaba tiesa como una vara —dice tranquilamente Zane, haciendo un mohín—. ¿Acaso es inmortal, señora? ¿Qué comía de pequeña?

Reprimo una risa. Alex niega con la cabeza y la señora está que expulsa humo por las orejas. Aun desde su lugar, les dirige una mirada de desprecio a ambos vampiros y alza la barbilla.

—Y yo que pensaba que el Rey ya los había cazado —comenta ella también, con agriedad.

—No señora, a usted no le sale.

Decido intervenir al ver el modo en el que la mayor casi lanza veneno por los ojos. Así que en tono que pretende ser dulce y amable, digo:

—Buenas tardes, doña. ¿Sabe–

—No, no sé, chucho asqueroso.

Me hago hacia atrás, tal como si me hubiera golpeado el rostro.

—Pero si ni siquiera terminé de hacer la pregunta... —murmuro penosa.

—No hace falta —replica la anciana, alzando la barbilla otra vez—. Si me disculpan, tengo cosas que hacer.

—¿Cómo qué? —cuestiona Zen de brazos cruzados, elevando una ceja.

—Fingiendo que nunca los vi. —La señora nos da una sonrisa falsa, revelando una hilera de dientes podridos y la ausencia de un par de colmillos.

En velocidad sobrehumana, la figura de la anciana desaparece y la puerta es cerrada violentamente.

En las Fauces del AlphaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora