Capítulo 34

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34| Desmadre total

·Emma·

     Los recuerdos sobre mi infancia desde los 9 años hacia atrás son un poco borrosos, a veces son detalladamente exactos, otras no. Generalmente son confusos, inexplicables. Como pequeñas islas de imágenes en mi mente, hay casos en los que sé cómo se formo esa isla y por qué está allí, otras —muchas— veces no.

Entre esas vagas lagunas mentales, solo soy capaz de destacar eventos importantes o no-tan-comunes: mis cumpleaños, cumpleaños de mis padres, otras fechas importantes, y alguno que otros recuerdos de fuertes sentimientos.

Uno de ellos es sobre mi yo de siete años, y mi fuerte obsesión con el Señor Burbujas, mi conejo de peluche. Oh, ese animalito de felpa era mi vida entera.

Recuerdo que un día lo llevé a clases. Absolutamente todos los niños me molestaron por eso, pero no me importó. Yo mantuve una actitud tranquila y relajada, ajena a las burlas, hasta que un chiquillo tomó al Señor Burbujas por las orejas y me lo quitó de las manos con una risa.

Devuélvemelo.

—¿O qué?

Siempre tuve la fiel creencia de que no son las acciones las que hacen a un recuerdo inolvidable, sino los sentimientos que experimentas en esos instantes.

—¡Dámelo!

No.

Y aferrándome a esa creencia, puedo asegurar que es el enojo profundo que sentí en ese momento, ese en el que el chico tomó al Señor Burbujas por el cuello y comenzó a estrangularlo con sus dedos, lo que me permite poder describir detalladamente esa situación y los sentimientos que yo experimentaba.

Y no era enfado, era ira. Ira que pareciera que estaba dormida, escondida en alguna parte dentro de mí y que solo pasaba la existencia esperando a que algo la despertara e hiciera que yo explotara. Como exploté en aquella ocasión, y golpeé a esa niño hasta fracturarle la naríz.

Te dije que me lo dieras.

Debo admitir que, claramente, la ira volvió a su usual estado somnoliento y en cambio se despertó el arrepentimiento y la vergüenza, junto con el pánico, que fue el que destacaba de forma indistinguible. El pánico, al igual que la ira, emitió un gran boom y se esparció por mi pecho mientras miraba la sangre que caía de la naríz del niño. El llanto del chiquillo llamó la atención de mi maestra y esta inmediatamente supo lo que ocurrió.

—¡Pero él me molestó primero!

—Y eso no te da derecho a golpearlo, Emma. Esa no es la forma correcta en la que se solucionan las cosas.

De esta forma, lo ocurrido llegó a oídos de mis padres. Y del mismo modo en el que comenzó todo, terminó: con la ausencia del Señor Burbujas. Me lo quitaron por un buen tiempo a modo de castigo, y yo básicamente lloraba todos los días que no lo tenía.

Pero en esta ocasión es diferente.

Puedo asegurar que el arrepentimiento, ni el pánico, y mucho menos la vergüenza, abrirán los ojos y despertarán de su sueño esta vez. Nada de miedo, ansiedad, tristeza o cualquier otro sentimiento despertará, además de la ira. Fresca, arrolladora, latente; ya no explota y luego duerme, ahora late y late y crece.

Boom. Boom. Boom.

Pulsa cada uno de mis sentidos, cada uno de mis músculos y cada célula de mi cuerpo, que chispea por su presencia. Se abre camino en mí y, sorprendentemente, abre paso también a otro sentimiento: uno más placentero. Uno que no resulta para nada desagradable al experimentar. Uno que me hace decir: , quiero atacar a estas malditas tipas. , quiero arrancarles la piel. , quiero, y no me voy a arrepentir por eso después.

En las Fauces del AlphaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora