Prólogo

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Un año antes

Bar O'Dowd's of Roundstone



En lo más alejado del bar O'Dowd's se hallaba un hombre que vestía una gabardina negra. No había pedido nada de beber ni de comer, tan solo esperaba en silencio a una persona.

Por sexta vez, le dio otra calada a su cigarrillo y dejó que parte del humo se ahogara en sus pulmones. Inclinó su espalda sobre el mullido asiento, tamborileando sus dedos sobre la mesa de madera. Impaciente, miró el rolex de oro de su muñeca que marcaba las nueve de la noche.

Llega tarde el muy imbécil. Pensó cabreado.

Dio otra calada a su cigarrillo perdiendo la paciencia, y lo dejó sobre el cenicero aplastándolo con saña.

Unos minutos después la puerta del bar se abrió entrando un hombre apresurado y con aspecto cansado. Dejó su paraguas en el paragüero de la entrada, se sacudió las pocas gotas de lluvia de sus hombros y soltó un suspiro. El tipo levantó la vista mirando a cada persona del bar hasta que dio con la que buscaba.

—Perdón por llegar tarde —le dijo al hombre de la gabardina negra y se sentó frente a él.

—No me gusta esperar —contestó él más hosco.

—No traigo buenas noticias.

Al hombre de la gabardina se le hizo más evidente el tic que tenía en el ojo izquierdo cuando se cabreaba.

—Dime que la has encontrado —su voz grave parecía amenazante.

—No.

El de la gabardina golpeó la mesa con furor haciendo brincar al otro del susto. Dos personas de la barra que estaban tranquilamente tomando una copa lo miraron desconcertados. Esperó a que de nuevo pasaran inadvertidos con una mirada brillante de furia.

—Eres un imbécil —le siseó entre dientes para no levantar la voz y que nadie sospechara lo que planeaban.

—No es tan fácil.

—Quiero que encuentres a la heredera —le exigió.

—¿Pero que le harás?

Siempre tan cobarde. Pensó el de la gabardina con suficiencia.

—Ya lo verás. Cuando la encuentres todo pasará a ser mío. La isla, la mansión... todo. Lo quiero todo para mí —mostró una ambición pasmosa que desconcertaría a cualquiera.

—No es tan fácil —repitió nuevamente el otro—. Aunque encuentre a la chica... está él.

El de la gabardina entrecerró los ojos siseando una maldición.

—Ese estúpido un buen día va a tener un accidente. No sé cómo ha conseguido las tierras y un porcentaje de la mansión. Pero él será el menor de mis problemas si encontramos a la descendiente de Leonard Williams.

—Poco sabemos de ella. ¿Y si no está viva?

—Está viva —aseguró irritado—. ¿Cuántas chicas hay en el mundo con una marca en la nuca herencia de su antepasado Leonard? Apuesto a que solo una. Haz bien tu maldito trabajo, Vladimir. No te paso ni una más.

Vladimir hizo un gesto de afirmación hacia él, consciente de que tenía que ponerse las pilas si no quería meterse en problemas. El de la gabardina se fumó otro cigarrillo con la impaciencia marcada en su rostro, haciendo que el tic del ojo le diera un aspecto siniestro y de total locura.

*****

Más allá del bar, cerca del muelle, dos hombres mantenían una fuerte e intensa conversación bajo la lluvia. Uno de ellos se mesaba el cabello mojado con aspecto desesperado y preocupado.

—Necesito encontrarla, Aiden —le comentó inquieto el hombre que se tocaba el cabello ondulado y castaño.

—No es fácil, pero tampoco imposible.

—Ella está en peligro.

—¿Cómo lo sabes? —le preguntó su abogado.

Sin decirle nada, le dio la espalda a Aiden mirando el oscuro océano mientras la lluvia caía sobre ellos. No le importaba como lo hiciera... solo necesitaba que la encontrara. ¿Para qué? Solo él lo sabía. Lo del «peligro» solo era una excusa exagerada para que Aiden se apresurara en encontrarla.

—¿Por qué no acudes a Burke?

—Está ocupado.

Aiden lo contempló bastante extrañado por la actitud de su amigo. Nunca antes, en el tiempo que se conocían, lo había visto tan perturbado. Cuándo lo había llamado con tanta urgencia no esperaba encontrarlo tan desesperado.

—Necesito encontrarla, Aiden. Busca a la heredera de la mansión Williams. Aunque yo tenga ese porcentaje sigue sin ser mía.

Aiden resopló quitando de su rostro las gotas de lluvia.

—Lo haré, por nuestra amistad. Pero no te prometo nada.

Él soltó un suspiro relajado moviendo su rostro hacia el cielo encapotado, dejando que las gotas rebotaran sobre su cara.

—No sé qué pretendes con ella, Price. Pero espero que sea para bien.

Los dos se miraron en un inescrutable silencio donde solo se oía la lluvia.

—Tú solo encuéntrala. Y dale esto. Puedes revisar los papeles si quieres, hay poca información pero te servirá para buscarla. Solo sé que hay una descendiente por parte de Howard Williams y que está viva.

Le pasó una carpeta blanca con las iniciales E.P. Aiden la miró entre sus manos con total desconcierto y la resguardó dentro de su abrigo para protegerla de la lluvia.

—Les echaré un vistazo.

—Pero si la encuentras entrégale esos documentos a ella. Solo a ella —le repitió más conciso—. Eres el único abogado en el que puedo confiar.

Aiden a pesar de tener mil preguntas, mil dudas, solo asintió de acuerdo. En los años que tenían de amistad nunca había visto a Price tan inquieto, y podía jurar que atemorizado.

—Mantenemos el contacto —le expresó Aiden pocos segundos después.

Price se quedó más calmado tras confiar esos papeles tan importantes no solo a su abogado, sino también a su amigo. Se dieron un apretón de manos, bajo la tormenta que solo había conseguido remover con más intensidad las tempestades que se agitaban en el alma de Price, y se dio la vuelta alejándose bajo la lluvia abrazada de una noche fría.

El deseo de Enzo [Deseo Éire #1] © (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora