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Despacho del duque

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Despacho del duque

Durante lo que restaba de la noche continuaron jugando, hasta que él hizo trampa en el medio de la partida final. Ella quedó petrificada ante aquel cambio de estrategia.

―¿Acaso vieron mal mis ojos o me has hecho trampa en mis narices? ―cuestionó indignada.

―No... para nada, es más que seguro que tu vista no esté tan nítida con lo que bebiste ―comentó intentando ser serio.

―Si serás embustero ―replicó enojada―, tan solo un sorbo bebí y no estoy borracha. Aquí, tú eres el aficionado a las bebidas... ―contestó dejando en el aire el comentario.

―Directa ―levantó una ceja mientras la miraba a los ojos―, tan directa que... me dejas sin palabras ―se acercó un poco más a ella―, tan directa que... más me siento atraído hacia ti, Elizabeth ―confesó sin dejar de observarla.

La joven tragó saliva de nervios que sentía, sobre todo en la boca de su estómago.

―Seductor, milord ―dijo entre risitas y él aprovechó para abrazarla por la cintura y darle un beso detrás de la oreja.

Elizabeth suspiró de deleite y se lo quedó mirando de reojo.

―Esos ojos que tienes me debilitan, Eliza ―expresó con honestidad en su voz.

La duquesita volvió a quedarse falta de palabras.

―Creo que mientras me decías lindas palabritas, tú aprovechabas en hacerme trampa ―remarcó con ironía al tiempo que levantaba las cejas tratando de concentrarse en la siguiente jugada del tablero―. Me dejaste sin saber qué hacer ―puso los ojos en blanco.

―¿De qué hablas? ―casi se rio con la pregunta.

―No te hagas... hablo de la partida, me dejaste sin poder hacer algún movimiento, y si lo hago, terminaré perdiendo.

―¿Y creías que te iba a dejar ganar? ―cuestionó con sarcasmo―, ni lo sueñes, duquesita. Me gusta que pierdas para ver cómo refunfuñas, las expresiones de tu rostro son un regocijo para mí.

―Qué considerado de su parte, milord ―contestó sintiéndose falsamente ofendida.

No pudo evitar soltar una carcajada cuando este la miró sorprendido y desconcertado. Trató de volver a acercarse más a su esposa sin que esta se diera cuenta, pero Elizabeth intuía todos sus movimientos.

―¿Qué intentas hacer? ―Levantó una ceja.

―Besarte.

―Si serás un cretino ―rio por lo bajo mientras lo empujaba con su hombro para que dejara de acercarse a ella.

―¿Por qué te resistes? ―formuló intrigado.

―No me resisto, me pones nerviosa ―confesó sin poder evitarlo.

Perfume de Rosas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora