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Dormitorio del duque

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Dormitorio del duque

Elizabeth amaneció en los brazos de Patrick y abrió los ojos, dándose cuenta que él la estaba observando con atención.

—Buenos días.

—Hola, ¿hace cuánto que estás despierto?

—Bastante, ¿cómo te encuentras?

—Creo que un poco mejor.

—Me alegro... hoy en la tarde me gustaría darte una sorpresa.

—De acuerdo —sonrió—. Será mejor levantarnos.

—Podemos quedarnos un rato más en la cama. Es muy temprano todavía, son las siete recién.

—Me encantaría —le regaló otra sonrisa.

Él le besó la sien y la abrazó contra su cálido cuerpo. Volvieron a quedarse dormidos.


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Invernadero del ducado

Durante el almuerzo dentro del jardín de invierno y envueltos en los aromas de las rosas y otras flores, Patrick y Elizabeth se reían por una tontería que él había contado hasta que su semblante se puso serio y la miró directamente a los ojos.

—Me disculparás pero tengo que vendarte los ojos para darte la sorpresa.

—¿Es muy necesario? —preguntó un poco incómoda.

—Sí, por favor —le mostró el pañuelo.

—De acuerdo —asintió con la cabeza.

El duque se levantó de su silla de jardín y se puso detrás de ella para cubrir los ojos de la duquesita con la tela, Elizabeth quedó abrazada por el perfume que desprendía el pañuelo de Patrick y suspiró de deleite. Entreabrió los labios y quedó a la espera de la sorpresa.

Escuchó pasos que se alejaban, luego otros que se acercaban, una caja o algo que se cerraba con un sonido hueco y un pulgar acariciar su labio inferior lo que le produjo un jadeo ahogado. El hombre se acercó a esa boca carnosa y rosada, y le plantó un beso. La duquesita lo sujetó de las mejillas.

—¿Lista para la sorpresa? —cuestionó en susurros.

—Sí —afirmó.

Una vez más se puso detrás de ella. La muchacha esperaba con incertidumbre.

El frío de algo metálico se instaló alrededor de su cuello y un escalofrío le recorrió la espalda. No se lo esperaba.

Otro poco sintió su trenza francesa hacia a un lado y él terminando de cerrar la traba de la joya. Patrick se inclinó para depositarle un beso en su nuca y Elizabeth apretó sus manos en los reposabrazos sintiéndose de repente nerviosa y satisfecha con las muestras de cariño que su esposo le entregaba.

Perfume de Rosas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora