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La Rochelle, Francia

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La Rochelle, Francia

Puerto

La mañana posterior en el puerto francés, fue como cualquier otra, gente que iba y venía, y la muchacha sonrió con nostalgia cuando se acordó de la última vez que había estado en ese lugar. Compró alimentos básicos y otros que sabía bien su familia no estaba acostumbrada a tener, aunque ella a escondidas de su marido les había hecho llegar un poco de dinero y sobre todo productos.

Era posible que si se enteraba, se molestaría con ella y no era para menos. Se lo hacía a sus espaldas y solo por miedo se había mantenido callada.

Se acercó a una diligencia para preguntar si la llevaba hacia los campos Lemacks y cuando le afirmó, ella subió los paquetes que acababa de comprar y la maleta, para luego subir ella y cerrar la puerta para emprender el viaje hacia la finca.

El trayecto fue pesado por inconvenientes con el camino de baches que había y tardó poco más de media hora en llegar.


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Campos Lemacks Estate

A lo lejos la vieron sus tres hermanos, que atravesaba la tranquera y se adentraba al campo, ellos corrieron hacia ella con una sonrisa al verla de nuevo. Se abrazaron los cuatro y caminaron a su lado mientras charlaban.

―¿Puedo llevarte un paquete? ―Se ofreció el mediano.

―Es muy pesado, cariño. Ya casi llegamos, no te preocupes ―dijo con una sonrisa.

El más pequeño, Val, abrió la puerta de la finca entrando primero y dejando pasar a Alexandre, a Brendan y a Elizabeth. Su madre se sorprendió demasiado al verla allí y se acercó para abrazarla por los hombros.

―Qué sorpresa, ¿qué sucedió, cariño? ―cuestionó asombrada mientras le acariciaba las mejillas.

―Vine a pasar unos días con ustedes ―respondió.

―¿Qué pasó, Elizabeth? ―interrogó preocupada.

―Nada, de verdad, no pasó nada, mamá ―se lo aseguró.

―De acuerdo.

Sabía que su madre aún cuando la dejara tranquila por el momento, no lo iría a hacer luego, sospechaba algo y cuando quedaran a solas estaba más que segura que se lo iba a preguntar de nuevo. Durante el resto del día, guardaron entre las dos todo lo que la joven había comprado para ellos. Y cuando la cena llegó, después de saludarse y abrazarse con su hermana menor y su padre, comieron con tranquilidad y media hora posterior, se retiraron todos a dormir, excepto su madre y ella.

―Bueno, yo me iré a dormir también, estoy cansada ―contestó acercándose a la mujer para darle un beso.

―Duquesa... usted no se irá a ninguna parte hasta que hablemos las dos ―el tono empleado por su madre, resultó como de autoridad.

Perfume de Rosas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora