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La Rochelle, Francia

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La Rochelle, Francia

Oficina Postal

Cuando la joven esperaba en la fila junto a varias personas más, un alto hombre había entrado, ensombreciendo los rayos de sol que entraban en el puesto de correos. Todas las mujeres voltearon para mirar con curiosidad de quien se trataba mientras que ella unió las cejas al comprobar que de pronto el interior quedaba apagado. Firmes pasos se escucharon y por el andar, la muchacha supo que se trataba del único hombre que quería evitar. Quedó de piedra cuando clavó los ojos en él porque Patrick se había ubicado a su lado.

Bonjour, madame ―tenía el tupé de hablarle en francés.

Una mujer mayor detrás de ellos resopló con enojo.

―Si se habrá visto que un noble hable con una criada o al revés ―acotó con sorna.

Elizabeth le negó con la cabeza para que él no le respondiera a la señora, estaba incómoda y no quería que la cosa fuera a más. Quería dejarlo pasar pero Patrick no lo pasó por alto. Se giró a la mujer y le habló con seriedad.

―Que la joven tenga ropa sencilla no la califica de criada, señora...

―Es criada... lo sé, volvió a trabajar en los campos Lemacks, es decir sus campos. ¿Acaso no le da vergüenza hablar con esta mujer? ―preguntó con molestia en su voz.

El duque estalló de la risa.

―No, no me da vergüenza... ―dijo tajante―, las personas de mi finca, son tan familiares de ella como míos, por lo tanto ―aseguró el hombre ya fastidiado de la mujer―, este anillo que ve aquí... señora... ―se lo mostró y habló con énfasis―, se lo he regalado yo, porque es mi esposa ―confesó para ella y para los demás presentes―. Me importa un pepino lo que tenga para decir, así que ahórrese algo más porque no le va a gustar nada lo que le diga ―su voz sonó gélida.

La oficina postal quedó en silencio absoluto y la mujer mayor tuvo que quedarse callada porque había quedado como una ridícula. El único hombre que se atrevió a hablar después de aquella situación fue el empleado.

―El siguiente ―replicó y la muchacha avanzó para ponerse frente al joven.

―Buen día, me notificaron sobre una encomienda que pedí hace cinco días atrás desde Inglaterra ―tragó saliva con dificultad cuando nombró el país de su esposo.

―Los Faber-Castell, ¿verdad? Creo recordar que recibí una misiva a su nombre avisando de esa encomienda, usted misma la pidió desde allí, ¿no es así?

El joven le daba demasiadas vueltas y ella solo quería tener el paquete e irse de ahí sin dar tantas respuestas, porque sabía que Patrick iría a cuestionarle todo y con justa razón.

―Sí, esos mismos, lápices de colores y hojas de dibujo.

―Enseguida iré a buscar el paquete para entregárselo ―comentó.

Perfume de Rosas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora