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Chuuya lo miró atónito, y también molesto. ¿Qué clase de mentira era aquella?

Sus ojos fueron entonces un mar de dudas, mientras que los ojos de Dazai se habían oscurecido de nuevo, sintiendo aquel color espeso tapar todas las entradas a aquel laberinto en su mirar, echándolo.

—¿Cómo pued...—se interrumpió en cuanto la aparición de una botella de vino en la mesa lo asustó. No lo había visto ni oído subir, ni mucho menos caminar hasta ellos. Volvió a mirar a Dazai, quien había roto su mirada. Chuuya maldijo internamente, ya que sabía que volvería a ser una conversación trivial y retraída donde no entendería más lo que había sucedido recién.

Una vez que vio al mozo abandonar la tercera planta, retomó la palabra, esperanzado de que su compañero no actuara como un imbécil.

—¿Qué quieres decir con eso?

—¿Con qué? —preguntó, haciéndose el desentendido.

—¡Con lo de que es "por mi"!

—¿Por ti, qué? Eres tan egocéntrico, Chuuuuya —canturreó, evadiendo como había hecho siempre. El pelinaranja suspiró en rendición—. Bebamos.

—No me gustaría quedar ebrio estando bajo tu tutela, ¿sabes? —tomó la botella de vino en sus manos para inspeccionarla. No pretendería presionar a Dazai para que le explicara sus palabras; lo dejaría ser, las cosas entre ellos recién comenzaban y ya lograría sonsacarle la información en otro momento y a través de otros medios—. Vaya, como dijiste, un vino carísimo pese a ser el más barato.

—De nada, ya sé que soy increíble.

—Sabes —comentó, eludiendo en su totalidad la tontería dicha—, quiero insistir en que me causa desconfianza correr el riesgo de emborracharme estando a solas contigo.

—Qué dramático eres, te he visto ebrio muchas veces —alegó.

—Así es —rio—, pero en ese entonces no querías follarme —Si bien aquello lo apenaba levemente, era hora de comenzar a darle un rumbo a los juegos que regían aquella relación tan extraña. No permitiría que el alfa lo dominase a su gusto, ni mucho menos se permitiría molestarse por no comprender su accionar.

—¡Me ofende! —exclamó Dazai, exagerando, como siempre. Su mano apoyada en su pecho, simulando un dolor desgarrador—. Sin embargo, quiero aclarar dos cosas —sonrió y alzó su mano, levantando dos dedos—. Primero que nada, yo no me muero por follarte —espetó, pese a que internamente bailaba la duda.

—¿Ah, no? —rio—. Creo recordar que en la puerta de la habitación de Kouyou me dijiste que quería estar dentro mío —lo observó desafiante, acomodándose en la silla aún con la botella en la mano, ahora acariciándola y con las piernas cruzadas elegantemente.

Se sonrieron en una batalla que culminaría con el que se mostrara débil ante los encantos del otro.

—No estaba pensando con razón; no soy yo el que te desea, sino que es instintivo —aclaró, jugando con sus manos sobre una de las copas—. Al igual que tú, te recuerdo, querido destinado, yo estaba en celo.

—Me huele a excusa.

—Te hundes solo, Chuuya, el que me abrió la puerta y luego objetó estar fuera de sus sentidos fuiste tú.

Permanecía intacta aquella batalla implícita. Los ojos de uno luchando por penetrar en los del otro. El mar buscaba tomar la oscuridad y sumergirla en su interior, ansiando dominarla e inspeccionarla; mas los ojos marrones no lo permitirían tan fácil.

—Yo no miento —le recordó—, pero de ti no puedo decir lo mismo.

—Vaya, tampoco puedo defenderme contra ello —se burló, intensificando sus miradas y acercándose un poco más a la mesa.

Sobre instintos y amores ||Soukoku||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora