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Luego de semejante acto que era, ciertamente, un punto de no retorno para ambos, permanecieron juntos cual tórtolos, abrazados y realizándose caricias el uno al otro durante un rato hasta que Chuuya cayó rendido por el agotamiento debido a que su cuerpo seguía dañado y exhausto.
Dazai le sonrió con auténtico afecto y besó su frente. Lo tomó en sus brazos, lo vistió y lo cargó hasta la cama de su habitación, donde lo depositó con una delicadeza de la cual no se creía poseedor. Se mantuvo en el lugar, parado y ligeramente inclinado al lado del omega durmiente y lo admiró una vez más como si de un acto prohibido se tratase; sus facciones gráciles, sus labios, sus cabellos finos, sus párpados que tapaban los ojos más bellos que había visto jamás, su bendito cuello, su cuerpo que abusaba de la fragilidad ante la apariencia. No podía creer que ese cuerpo había sido reclamado por su persona y su instinto alfa tan solo una hora atrás. Sonrió con amargura y se dirigió al baño a cambiarse las vendas por unas secas.

Al volver, su compañero seguía profundamente dormido, desparramado de par en par en aquella cama que debían de compartir. Sin intención de moverlo o de molestarlo, se recostó a su lado con discreción. Posicionó su cabeza junto a la de Chuuya y se permitió inhalar el dulzor de su aroma que, para su propio regocijo, estaba mezclado con el suyo propio. Al hacer el amor se habían unido ambos olores en el cuerpo de cada uno, y no podía negar que era un hecho que le alegraba en demasía. Apreció la belleza ajena por nueva cuenta, llenando así su impuro corazón con aquel amor del que no se consideraba merecedor, y se acurrucó a su lado en el borde de la cama, acercándose lo más posible sin invadirlo y para no caer. Estiró su brazo con duda sobre el pecho de su compañero y posó su mano sobre el costado del mismo. Sintió la respiración de Chuuya y se dijo a sí mismo que era seguro descansar, por lo que cerró los ojos y se dejó envolver por el sueño con la tranquilidad de que tenía entre sus brazos a su persona adorada.

Las horas pasaron y pasaron, y una conclusión sincera que Dazai podía adquirir de aquel viaje era que dormía un millón de veces mejor cuando tenía a Chuuya con él.

Nakahara se despertó entre sueño y sueño solo para notar a su compañero pegado a él y sosteniéndolo con sus delgados dedos en su pecho. Su corazón saltó al notarlo, y más aún al ver que este estaba cayéndose de la cama, sencillamente por no estorbarlo. Sonrió y se movió para darle más lugar para cuando desease moverse. No pudo evitar pensar en que ambos estaban comportándose como los adolescentes que eran, enamoradizos y ridículos; hasta unas semanas atrás tenía la creencia de que ese tipo de vida no estaba destinada para él, y que menos aún llegaría a vivirla con el bastardo de Dazai.

Sin embargo, acarició la delgada mano que lo sostenía y se sintió agradecido; con la gratitud de cómo se dieron las cosas, por haber conocido a Dazai, por haberse enamorado de él y por haberse permitido sentir aquello por él; incluso aunque ambos tuviesen miedo, nunca se habían creído capaces de sentir, por lo que aquello era el regalo más preciado.

Sonrió con el temor de que fuese demasiado bueno para ser verdad y se aferró a aquellos dedos largos para retomar su sueño.

Despertó Chuuya primero al día siguiente; pese a ser él el más cansado de los dos, el alfa dormía como un animal cuando compartían cama, unido a él sin ningún ápice de preocupación.

Esta vez no había apuro alguno en despertarlo, puesto que no tenían ninguna misión, además de que el omega seguía ligeramente adolorido por la batalla y aún más fastidiado por lo que sucedió con Dazai la noche anterior. No se arrepentía, pero sí le golpearía.

Se mantuvo en esa posición parsimoniosa, respirando profundamente, hasta que sintió a su compañero removerse y bostezar. Esperó a que este despertara del todo y levantase la mirada para unirla con la ajena y sonreírse con complicidad.

Sobre instintos y amores ||Soukoku||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora