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—¡Cuánto cansancio genera ser un alfa! —bostezaba Dazai mientras se recostaba en su cama—. Oh, lo siento, Chuuya. Es verdad que tú no tienes idea de lo que se siente. Y menos aún porque no eres el ejecutivo más joven de la Port Mafia —se mofó.

Chuuya, su compañero, que se encontraba en la cama del otro extremo de la no muy gran habitación, chasqueó su lengua con desprecio. Estaba harto de sus bromas acerca del tema.

—Cállate, bastardo. Ya verás, me convertiré en un increíble alfa, uno mucho más fuerte que tú —respondió, recostándose—. Y te patearé el trasero.

—Puedo imaginarme lo mucho que te gustaría, Chuuya canturreó el muchacho de las vendas—. Pero dudo que pase. Vamos, ya tenemos casi dieciséis años, y tú incluso eres mayor que yo por más de un mes. Ya deberías saber qué eres.

Se rio con los ojos cerrados. Su compañero no necesitaba verlo para saberlo.

—Yo he descubierto que soy un alfa hace ya un año, lo cuál, por supuesto, nunca fue una sorpresa —prosiguió Osamu con sorna—. Claro, teniendo en cuenta que soy el futuro jefe de la Port Mafia, no se podía esperar otra cosa. Apuesto a que eres un beta común y corriente, y es por eso que aún no lo has notado.

—No es así. Estoy seguro de que seré un buen alfa. No tengo apuro en ser alguien como tú que utiliza sus feromonas en cualquier momento y ante cualquier situación solo para sentirse gran cosa.

Dazai se rio con claras intenciones de molestar a su compañero, mas no dijo nada. Simplemente se volteó en su colchón para dormir. Había sido un largo día para ambos.

Chuuya, por su parte, se quedó boca arriba en su cama, con las palabras ajenas en su cabeza. No quería satisfacerlo, mas por supuesto que no había día en que no pensara en el tema. Ya tenía que haber sentido cualquier tipo de síntoma que reflejara cuál era su condición. La de Dazai ya se había revelado y aún recordaba el día que sucedió; se había sentido atravesado por un rayo de envidia y un nato pensamiento de competencia. Y con cada día que pasaba, su miedo a perder ante su compañero o, incluso peor, ser un omega y, por ende, inferior a él, se incrementaban.

No había día que no se alterara por ello, y menos aún con el otro imbécil recordándole constantemente que él ya era un alfa. Su mentora, Kouyou Ozaki, una alfa que formaba parte de los líderes de la mafia, lo consolaba a diario diciéndole que su condición jamás limitaría sus habilidades ni su exorbitante poder; que seguiría siendo el mejor artista marcial de la organización. Le repetía que no se preocupara, que era cuestión de paciencia y de no dejarse llevar por las burlas de Dazai. Entre más cavilaciones, se quedó dormido aún con la preocupación carcomiéndole.

La noche, fría e implacable, acechaba la base de la Port Mafia. El silencio irrigaba cada pasillo, sin siquiera ser interrumpido por el mismísimo viento, ni con las olas golpeteando en el muelle cercano.

El único ruido perturbando ese silencio imperante, provenía de las habitaciones donde un par de horas antes se encontraban discutiendo los jóvenes conocidos como Soukoku.
Y no eran ruidos de voces, no. Por única vez no se encontraban insultándose ni amenazándose. Lo que era peor: ni siquiera era Dazai quien abría la boca.

Era Chuuya.

Se removía incómodo en su cama, gimiendo bajo entre sueño y sueño. Hasta que, por supuesto, despertó ante la peor situación posible. Su sueño se había visto interrumpido por un calor abrasante en todo su cuerpo, incluso peor en su vientre bajo. Sentía que su piel hervía. Tenía la respiración muy agitada. Sentía todo su rostro enrojecer. Y lo que jamás quiso; sintió su ano completamente húmedo y dilatado.

Desesperado y ya sabiendo que estaba perdido, tomó su teléfono, se levantó, rápido pero ágil y silencioso, y corrió en puntas de pie hacia el baño del dormitorio. Una vez allí, cerró la puerta con llave y comenzó a hiperventilar. Se acomodó la ropa de manera que no se sintiera tan aprisionado entre el calor sofocante y la ropa de dormir, y se miró al espejo, odiando lo que veía. Se veía a sí mismo con las pupilas dilatadas y una mirada desesperada, las mejillas ruborizadas y temblando. No podía controlar su cuerpo, y no solo porque estaba atravesando su primer celo, sino porque estaba hecho un manojo de nervios.

Estaba preparado para cualquier situación, incluso aunque toda su vida estuvo ansiando ser un alfa, se había informado lo suficiente como para saber que tenía que abandonar esa habitación antes de que Dazai despertara. Estaba seguro que toda la habitación debía apestar a sus feromonas. Las feromonas de un omega en celo.

Tomó su teléfono entre sus temblorosas manos y llamó a la única persona que podía salvarlo: Kouyou.

Madame... —fue lo que logró pronunciar entre tanto alboroto mental.

—Chuuya, cariño. ¿Qué... —la mujer calló de repente. No necesitó más que dos segundos para espabilarse. Y una vez completamente separada de su sueño solo tuvo que oír dos segundos de la respiración desesperada de su pupilo y sus leves y casi inaudibles sollozos. Comprendió completamente—. Tranquilo. Iré lo más rápido posible a sus aposentos. Enciérrate donde te encuentres, y hagas lo que hagas, no dejes que Dazai se acerque a ti.

Chuuya quedó con el teléfono en mano y la puerta trabada. Se sentó en el inodoro y comenzó a llorar en silencio. Se sentía derrotado, desesperado, frustrado y, lo peor, incontrolablemente excitado. Y para sumar, sentía miedo. Por primera vez, sentía un miedo incomprensible ante la idea de que...

—Chuuya, qué, qué es ese olor tan dulce —oyó el omega a través de la puerta. Podía oír también a Dazai golpear su nariz contra la puerta, olfateando. Finalmente, su terror había tomado forma—. ¿Eres tú? Eres... ¿un omega?

Sobre instintos y amores ||Soukoku||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora