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—¿Ya estás listo, petit mafia? —preguntó, tendido en la cama, bostezando por décima vez.

—No me llames así, bastardo.

—Ya deja de mirarte al espejo, Chuuya, lo romperás —acomodó de nuevo su espalda en la cama. Estaba hastiado ante tanta espera—. Qué decisión tan torpe la mía. Sabiendo cuánto tardas en arreglarte y cuánto disfrutas de verte a un espejo, debí haberte despertado una hora antes.

—Que tú seas un desperdicio de vendas, desarreglado y zaparrastroso, no significa que se deba esperar lo mismo de mí —arremetió, mientras se acomodaba su cabello. A diferencia de Dazai, él se había vestido elegante, con un traje de etiqueta que le había obsequiado Kouyou meses atrás. Mientras que su compañero vestía igual que siempre, él se había vestido acorde al lugar caro que su compañero le prometía; no podía permitirse ir a dar pena a un lugar elegante. Sin embargo, si era una mentira del castaño y el lugar resultaba ser una pocilga, lo asesinaría.

—¿Quién espera algo de ti? —preguntó, con una mirada indescifrable. Chuuya solo lo miró de la misma forma y dirigió nuevamente su atención a los botones de su camisa.

El silencio reinó hasta que luego de varios minutos, Nakahara se paró frente a Dazai, quien se encontraba con los cabellos despeinados por haberse revolcado en la cama como un perro.

—¿De verdad irás así? —le espetó el más bajo en una mueca de disgusto, con sus manos posicionadas en sus caderas.

—¿Cómo más pretendes que vaya? Estoy de traje también, ¿no es así? —se sentó en la cama, otorgándole a Chuuya un análisis de pies a cabeza. Se veía muy bien, demasiado para su gusto considerando que lo llevaría a un nido de alfas. Era un traje que hacía lucir sus horrendos sombreros, sin corbata ni moño, y con los primeros botones desprendidos—. Vaya, vaya, estás enseñando mucha piel considerando que hablas tanto de la formalidad y elegancia.

—Sigue siendo de gran elegancia y buen gusto. No es necesario ir apretujado con moños cuando ya poseo mi collar —explicó, rozando con sus delicados dedos aquella gargantilla negra que enloquecía a Dazai.

—Entonces tampoco es necesario ir apretujado en esos pantalones sin decoro —le sonrió, recibiendo una mirada de molestia—. No te preocupes—se paró, quedando muy cerca de su compañero—, igual me gusta.

Dicho aquello, se encaminó hacia la puerta, satisfecho de ya poder ir a la reserva. No es que fuera una persona puntual, para nada, pero le estresaba ver al omega preocuparse tanto por su apariencia, dando innumerables vueltas y arreglando y desarreglando sus prendas. Además, tenía hambre y, a pesar de que consiguió muy fácil dicha reserva, no estaba seguro de si sería igual de fácil conservarla.

—¡Es injusto! —oyó el alfa con el pomo de la puerta en su mano. Se volteó para ver a un pelinaranja encaprichado, golpeando sus caros zapatos contra el suelo. Dazai le dedicó una mirada inquisitiva—. ¿Por qué yo, que me arreglo como corresponde y me veo increíblemente bien, debo ir acompañado de una momia sin gusto ni modales? —le gritó. El aludido solo rio.

—Ya verás, cuando las chicas me miren por ir arreglado, también te enfadarás. Qué difícil de cortejar eres, Chuuya, ¡me encantas! —se burló, con su amplia y alegre sonrisa, moviéndose como si sintiese una descarga sacudir su cuerpo con gracia—. Ahora, vamos, perchero. Te has esmerado mucho en esas ropas. Imagino que querrás que las vean, así que muévete —sin esperar respuesta, abandonó la habitación y lo esperó fuera de la misma. Minutos luego vio salir a un Chuya resignado.

—Al menos hasta llegar allá, simula que vamos separados —le dijo sin mirarlo. Sostuvo su traje entre sus manos y lo acomodó con delicadeza.

—Como la dama ordene —se rio. Su compañero lo ignoró y comenzó a caminar rápido hacia una de las salidas cercanas, para así lograr tomar la ventaja y poder caminar lejos del otro—, pero cuando lleguemos allá, todos sabrán que eres mi omega.

Sobre instintos y amores ||Soukoku||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora