Capítulo III: ¿Tú los búscate a ellos?

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En el fondo del pasillo se lograba reconocer la silueta de una niña de cabello castaño, la misma iba vestida con un vestido azul con lunares blancos. A simple vista se podía notar el gran enojo que le carcomía a la pobre, esta se encontraba tramando algo en la oscuridad del lugar. Cuando Ramsés se acercó a ella le colocó la mano en el hombro para intentar calmarla, pero al hacerlo la niña volteó hacia él con una mirada vacía. «Vamos, hagámoslo», le dijo vagamente mientras le entregaba una cerilla.

Al suceder esto, Ramsés se despertó de golpe dando un brinco en la cama. Aquel sueño se había sentido tan real como la vida misma, pero a la vez tan distante como las estrellas en el firmamento. A la vez que intentaba calmar su respiración acelerada, volteó para agarrar su celular. Al presionar el botón de desbloqueo pudo notar que el reloj apenas marcaba las 2:35 am. «¿Estaré dándole muchas vueltas a aquello?», se dijo a sí mismo secándose el sudor de la frente.

Al pasar las horas, ya cuando el sol había salido, Patricia le dijo a Ramsés con entusiasmo, a la vez que este apenas se encontraba bajando las escaleras sin muchas ganas:

—Hoy oficialmente es tu último día de la fase estricta de tu recuperación, ¡felicidades! Ya han transcurrido seis semanas, te dije que pasaría rápido.

—¿De qué me vale eso?, si seguiré aquí encerrado entre estas cuatro paredes —soltó mientras seguía su camino hacia el salón.

—Ramsés... —se escuchó salir someramente de la boca de su madre.

—Lo siento —dijo bajando la cabeza con algo de vergüenza—. Es que estoy cansado de todo esto... no recordar, dar vueltas en la casa, la monotonía de ir al hospital para que me hagan las mismas revisiones una y otra vez. Ya no encuentran nada significativo, estoy cansado de lo mismo... intenté escribir mis pensamientos, tal como dijo la señorita del servicio social, pero solo escribo tonterías.

—Hijo sé que todo esto puede llegar a agobiar, pero es necesario —dijo desviando la mirada.

—No puedo imaginar el resto de mi vida así. Por favor dime que antes del accidente no gastaba mis días de esta manera —dijo intentando encontrarle sentido a todo lo que estaba haciendo.

—Supongo que cuando empezaste la universidad no era de esa manera...

—¡Universidad, claro! —dijo Ramsés emocionado mientras interrumpía a su madre—. Por eso tengo tantos materiales de estudio. Ahora tiene sentido...

—Si, pero no es momento para ello, todavía tienes que recuperarte del todo, incluyendo que vuelva tu memoria —soltó Patricia tratando de encontrar la excusa perfecta para no dejarle salir de casa.

—Quiero ir... —dijo sin siquiera prestarle atención a su madre.

—¡Ramsés no quiero que vayas...! Todavía no estás en condiciones para hacerlo —gritó la Patricia con un poco de frustración—. ¿Por qué no entiendes que lo hacemos por tu bien?

—En todo el tiempo que he estado aquí no he podido recordar nada... —acotó mirando hacia el suelo—. Si sigo encerrándome de las cosas de afuera, estaré perdiendo al verdadero Ramsés...

Al escuchar aquello, Patricia se quedó en silencio unos segundos, para luego de un suspiro decir, no muy convencida por dicha idea:

—Ramsés... ¿estás seguro de esto?

—La verdad, no estoy seguro de nada, pero tengo que hacerlo... por favor —respondió Ramsés con la mirada fija en su madre—. No pediré más nada.

—¿Por qué tenía que ser justamente hoy? —se dijo a sí misma mientras se volteaba para respirar hondo—. Hoy no te puedo acompañar, Ramsés.

—Lo sé, hoy es de esos días en los cuales desapareces en la noche...

Sinfonía a la LocuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora