Capítulo XII: Todos los que respiramos alrededor de ti

41 16 0
                                    

Cada día retumba con el furor de su propia dicha, es totalmente incierto saber que te puede tener preparado la vida para ti. Y esa madrugada parecía ser como cualquier otra, el insomnio se había hecho con el cuerpo de Ramsés, y éste no tenía más que divagar en su propia imaginación.

Por un instante ese pensamiento recurrente invadió su mente una vez más. «¿Cómo sería no estar vivo?», se preguntó a sí mismo. Ramsés no sabía si aquella divagación venía a él como un involuntario pensamiento suicida o si se trataba de un intento intelectual para descubrir que habría más allá, de la vida y quizás de la muerte.

Sin embargo, pese a estar relativamente entretenido, le atacaron unas ganas impulsivas de reír. No lograba entender el porqué de aquel impulso tan repentino, a pesar del burdo intento de taparse la boca, las carcajadas no dejaron de retumbar por toda la casa, cuál estruendo apocalíptico. Lo único que cruzaba por su cabeza era no despertar a sus padres con tal bullicio.

Cuando las carcajadas comenzaron a ser controlables, Ramsés volteó hacia la puerta esperando que sus padres entraran para ver qué había sucedido, pero aquello no sucedió. La habitación se mantuvo a oscuras como el resto de la casa, de cierta manera el joven se sintió aliviado al ver que aquello no había sido para tanto.

Llegado a este punto decidió tomar una pastilla del cajón que tenía a un lado de la cama, la misma se la habían recetado para específicamente esos momentos en el cual el insomnio no le dejara descansar. No obstante, el orgullo de Ramsés era inmensurable, tanto que no estaba dispuesto a ingerir pastillas innecesarias. Solo que en esta oportunidad se vio obligado.

Cuando por fin cerró los ojos y comenzó a quedarse dormido, las dos siluetas que yacían al otro lado de su puerta pegadas a la pared, pudieron soltar la bocanada de aire que retenían en los pulmones. Momento cuando una le dijo guardando la inyectadora:

—Te dije que no necesitaría la inyección.

—Pensé que estas cosas habían quedado atrás... —le dijo la otra silueta—. Tengo miedo.

—Tranquila, mañana habla con la doctora —le dijo la primera alejándose de la puerta del joven.

—Está bien —terminó de decir la otra mirando hacia la habitación.

Varias horas más tarde Ramsés se encontró sentado frente a un escritorio de una pequeña oficina, el joven se hallaba totalmente solo, mientras que de su sien comenzaba a bajar una gota de sudor. Sentía que las fotos que estaban decorando vagamente las paredes se encontraban observando fijamente hacia él, al mismo tiempo que sentía como si el montón de carpetas y papeles que estaban en los estantes a su alrededor fueran a caer de golpe encima de él.

A pesar del rotundo silencio que abrigaba la oficina, Ramsés podía escuchar un pitido irritante retumbando en sus tímpanos, el cual era tan molesto como indeseable. La respiración era dificultosa y la presión que sentía era sobrehumana, no quería estar allí por nada del mundo. Sin embargo, se mantuvo sentado todo el tiempo que fue requerido. Cuando por fin su madre entró a la oficina junto a la doctora del servicio social Ramsés pudo tomar una bocanada de aire fresco.

—Disculpa por la demora, Ramsés. Hablaba algo con tu madre —dijo la doctora Stefany B. López sentándose en la silla de su escritorio—. ¿Cómo te sientes?

—La verdad... asqueado, me quiero ir de este lugar —respondió Ramsés cruzando los brazos.

—¿Por qué?, ¿qué te incomoda? —le preguntó la doctora López mirando levemente a su madre.

—Odio el olor a medicina que hay en estos lugares... además, el tapiz de las paredes me irrita un poco —respondió sin tapujos mientras agarraba un lápiz del escritorio.

Sinfonía a la LocuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora